La leyenda de Christopher Lee

Christopher Lee pasó los últimos 93 años de su vida como un niño que jugara a ser leyenda. En los últimos treinta, sin embargo, mientras que algunos no hacíamos más que envejecer, él ha permanecido impasible al tiempo. Demonios, grabó un disco de Heavy Metal con más de noventa años. ¿Quién puede superar eso? De hecho, a los pocos minutos de conocer su muerte, este texto empezó a rular por Internet. Me parece increíble:

«Sir Christopher Lee: Fue Drácula. Fue enemigo de Bond. Fue Sherlock y Mycroft Holmes. Fue La Muerte. Fue Lucifer. Fue el Conde Dooku. Fue Saruman. Fuer Lord Summerisle. Grabó un disco de Heavy Metal dedicado a Carlo Magno. Cazó nazis durante la II Guerra Mundial. Fue agente secreto de una unidad llamada ‘The Ministry of Ungentlemanly Warfare’ (Ministerio de la Guerra poco Caballerosa). Cuando Peter Jacskon le dijo que imaginara cómo gritaría un hombre que está siendo apuñalado, respondió que no necesitaba imaginarlo. Hablaba con fluidez inglés, italiano, francés, alemán y español; tenía un nivel «muy alto» en sueco, ruso y griego. En chino mandarín, sin embargo, sólo podía charlar. Veamos si Chuck Norris puede superar esto».

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Digo más. Su currículum va más allá del cine ‘convencional’: le hemos visto en series de televisión, ha participado en decenas de películas de animación y fue una de las voces más solicitadas en el mundo del videojuego. Es que es alucinante. ¿No les parece puro genio? Hay ‘jóvenes’ de 40 años que no han entendido aún la importancia del videojuego o la animación o el cómic… Algo que Lee aprendió y practicó hasta el último día. ¿Quién podría llamarle ‘viejo’? Más bien sabio.

Tan solo espero que Sir Christopher tuviera un magnífico biógrafo. Alguien que atesore a buen recaudo diálogos, anécdotas y relatos varios de una vida que parece, a todas luces, el guion de una gran película.

La invención de Hugo (I)

Las historias son el romance que nos empujan a la aventura e invitan a soñar sobre un barco imaginario. Las voces que Julio Verne escuchó mientras miraba al corazón de la chimenea son las palabras que George Meliès leyó durante una preciosa noche parisina en la que brillaba la Luna llena. Los fotogramas que saltaron el ojo de Martin Scorsese en un cine neoyorkino son el reflejo de las gafas polarizadas que pasean por la estación parisina de Hugo Cabret. Ese vínculo, sagrado e inmortal, hilvana obras y autores en una única y poderosa crónica: el Arte.

‘La invención de Hugo’ es una arrebatadora oda al cine, a la literatura y a toda suerte de narrativa, glorificando la presencia de los ‘cuentacuentos’ como esos mecánicos de la vida que ofrecen su talento, su fantasía, al servicio de la verdad. Para hacer más verdad la verdad y convertir en verdad mentiras que deberían serlo. El protagonista de Hugo es un niño porque no podía ser de otra manera. Porque solo los ojos que ven por primera vez pueden entender la emoción del héroe sin juzgar ni criticar su realidad. Precisamente, solo los ojos del incauto verían en la última de Scorsese una simple cinta infantil.

El filme une dos historias, la de los pequeños Hugo e Isabel, recién iniciados en el mundo, y la de George, un fascinante abuelo con un pasado inolvidable. Los tres inician una búsqueda vocacional: «El mundo es como una máquina y a las máquinas no les sobra ninguna pieza –explica Hugo–. Las personas somos piezas de una misma máquina y, al igual que las máquinas, estamos rotas si no cumplimos con nuestro propósito».

La película de Scorsese es brillante en su conjunto pero, muy especialmente, cuando el guion alcanza su cima, en el último tercio del metraje: Brutal y sobrecogedora carta de amor del director a su trabajo, a sus maestros y a todos aquellos que le han convertido en parte de la historia. Un rayo que atravesará el alma de los amantes del cine.