La Sexta 3

Alguien tiene que decirlo. Con rotundidad, con cariño y con la crítica que eso supone para el resto de cadenas: La Sexta 3, gracias. Desconozco si su audiencia es un éxito o un fracaso. Supongo -por cómo somos- que un solo programa de Telecinco duplicará la audiencia de la emisión de todo un día de la emisora de marras. Pero, en serio, el esfuerzo es refrescante. Este fin de semana han organizado una maratón de cintas clave de los 80: ‘Los Goonies’, ‘Cuenta Conmigo’, ‘Bigfoot y los Henderson’, ‘Mira quién habla’, ‘Mad Max’… Y un glorioso etcétera.

Es posible que ninguna de esas películas le interese lo más mínimo. Lo siento. Lo grande del asunto es que, al día siguiente, te sorprenden con ‘Taxi Driver’, ‘El Golpe’, ‘Harry el Sucio’ o un ciclo de Woody Allen. Y, supongo, que alguna de esas le pueden entretener. Esta apuesta por el cine, como les digo, no sé si contentará a los empresarios concentrados en los números, los porcentajes y el share. Pero cada mañana, cuando refresco los temas del día en Twitter, siempre me encuentro con el título de alguna película que se emitió en La Sexta 3 la noche anterior.

Cierto gurú de las redes -uno de los de verdad, no otro de esos vendedores de humo empeñado en convertirnos a todos en comunity manager de la vida- me dijo, hablando de blogs: “Las visitas están bien. Pero lo que realmente define si tu contenido es de calidad, que interesa, son los comentarios. Que la gente que pase por ahí esté dispuesta a gastar su tiempo en criticar, alabar, agradecer…o lo que sea”.

Y aquí viene mi mensaje para los directivos de La Sexta: “Estimados señores, no cedan a las presiones del corazón y hagan caso a su corazón. Ya saben que, como en una de las películas que emiten, deben tener el valor de hacerle caso. Aguanten. Aguanten hasta que no puedan más. Y, si necesitan un hombro en el que apoyarse, búsquennos en twitter. Gracias”.

Una historia de amor

Si han odiado a alguien sabrán a lo que me refiero: esa sensación de que no te apetece hablar, sino gritar. De que cualquier excusa es buen motivo para blasfemar, insultar y maldecir. De que, sin remedio, una mirada que se cruza con la suya es un duelo a muerte en la calle mayor del pueblo. Así estaba el sujeto número uno, a punto de transformarse en el increíble Hulk, en su butaca del cine. Bueno, no exactamente en su butaca. A decir verdad, la suya, la que indicaba la entrada, era la número 7 de la fila 7. Pero ya había sido ocupada por ella: una maleducada, con un horrible pelo enrevesado, de ojos tristes y caídos y una de esas risas incómodas, incluso hirientes. Por lo que, el sujeto, tuvo que contentarse con la número 6 de la fila 7. A su vera.

Si alguien hubiera escrito una lista de las cosas que más molestaban en el mundo al sujeto analizado, ella las cumpliría todas a rajatabla: nada más empezar, sacó una bolsa con comida y estuvo jugueteando con ella durante una eternidad. Acto seguido, comentó con su amiga lo guapísimo que era el protagonista. Que le recordaba a no sé qué profesor de la Facultad que vestía pajaritas. Y ya no paró: 90 minutos charlando cada jugada con su amiga. Risita por aquí, risita por allí…

El sujeto, angustiado de la vida, desarrolló un poderoso carraspeo de incomodidad que sólo consiguió un cuchicheo seguido de nuevas -y a su juicio, escandalosas- risotadas. Cerca del desenlace, el móvil de la amiga de ella suena. El sujeto se eriza. La amiga lo coge y responde. El sujeto se lleva las manos a la cara y suspira como una parturienta. La pequeña conversación telefónica desemboca en un nuevo susurro de complicidad entre las zagalas.

Con la sensación de que ha sido la peor película que ha visto en la vida, el sujeto respira hondo con los títulos de crédito. “El sufrimiento ha terminado”, piensa. La amiga de ella se levanta y abandona la sala con rapidez, sin pensárselo. Ella, sosegada, se gira hacia el sujeto y le dice: “Perdona, vaya película te hemos dado. Es que le ha dejado el novio y está destrozada. Muchos años. En fin, lo siento”. Y sonríe dándole al sujeto un pequeño toque en el brazo derecho. De repente le pareció simpática. Miró sus rizos perfectamente ondulados marcharse, su mirada verde pradera y esa graciosa risilla al decir “lo siento”.

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