Asesinos de élite

¿Quién podrá decir, al final de los tiempos, que creó un estilo propio fácilmente reconocible? Ya se lo digo yo, muy pocos. Podemos discutir las veces que quieran sobre la calidad de las películas que protagoniza el bueno de Jason Statham -el clon moderno de Bruce Willis-, pero es que el tío ha conseguido forjar un cine tan evidente como el de Jackie Chan. A saber: habrá mala leche contenida, su personaje será irónico, estará enamorado de una preciosa chica que le hará volver al buen camino; las persecuciones en coche son obligatorias, con un mínimo de dos y sin máximo determinado; al menos, por película, un malo muere de un disparo en la cabeza; a Jason le gusta correr, así que lo hará por todo tipo de escenarios: desde grandes avenidas hasta tejados orientales (no olvidar romper grandes ventanales en salto); siempre tendrá un colega que hará las veces de maestro y mentor; y, lo más importante, olviden cualquier mensaje final con moralina: debe quedar claro y meridiano que su cuerpo es un arma perfectamente diseñada para la violencia más estilosa y desgarradora del cine moderno, es un killer. Jason Stathan es el mensaje.

Dicho lo cual, hablemos de ‘Asesinos de élite’. Pues eso. ‘Asesinos de élite’ es una película de Jason Statham, con todo lo que ello implica. ¿Te lo pasaste pipa viendo ‘Blitz’, ‘Transporter’, ‘The Mechanic’ y ‘Crank’? Si la respuesta es que no, ya hemos terminado. Si, por el contrario, se confiesan miembros del club de fan del calvo de las tortas y la mirada incisiva, ¡enhorabuena! Van a disfrutar más que los sobrinos del Pato Donald viendo al Último Superviviente en un estanque poblado por cocodrilos y velociraptores.

Danny (Statham) es un asesino profesional retirado que se ve en la obligación de cumplir con una última misión: rescatar a Hunter (Robert de Niro), su colega y maestro, secuestrado por un rico y poderoso Jeque de Omán. Para hacerlo tendrá que matar a tres militares británicos y hacer que parezca un accidente. Spike (Clive Owen), un ex agente del Servicio de Inteligencia Británico, se interpondrá en su camino con persecuciones en coche y carreras por los tejados de Londres.

Por si los actores ya mencionados no les parecen cantidad suficiente de adrenalina, aquí los secundarios: Dominic Purcell (el hermano preso de ‘Prison Break’) y Adewale Akinnuoye-Agbaje (el insigne Mr. Eko de ‘Perdidos’).

Así que si van al cine esperando una obra sobre la que reflexionar, que deje un poso filosófico en su recién renovado espíritu humanista, ‘Asesinos de élite’ no es su película. Sea como sea, dudo que alguien entre en la sala sin saber lo que se va a encontrar. El título no engaña.

Sólo Ellos

La tienda de campaña era una lona que, bajo el sol, adquiría un olor que ninguna otra circunstancia natural o artificial ha sido capaz de recrear. No era olor a sucio; tampoco a limpio. Una vasta pero diminuta fortaleza en la que cabalgar con la imaginación y en la que planear la conquista del mundo. Allí, sentados como indios, nos sentíamos seguros. Sólo había una norma: “prohibido niñas”.

Aunque ahora sería la primera regla que cambiaría, todos los niños hemos tenido un rincón parecido. Un desastre que evocamos cada vez que toca limpiar, barrer u ordenar los papeles de la mesa. ‘Sólo ellos’ es una película que huele a lo mismo que aquella lona chamuscada, la isla de Nunca Jamás que juramos no abandonar.

Joe Warr (Clive Owen) une las dos cualidades que hacen a un ser humano potencialmente incompatible con la conciliación de la vida familiar y laboral: es hombre y es periodista. El día que su mujer muere, queda al cargo de sus dos hijos, un niño de seis años y un adolescente -de otra madre-, a los que decide dar carta blanca en las tareas domésticas: saltar en la ducha, correr en pelotas por el pasillo, subirse encima del coche… y un sinfín de peticiones extrañas -pero maravillosas- que ayudarán a establecer una relación muy especial entre ellos. Una relación que, desde fuera, resulta incomprensible. Irrazonable. “Cuántas más normas hay, más delitos se cometen”.

Scott Hicks (‘Shine’) dirige la versión cinematográfica del spot de Ike y la república independiente de mi casa. Un drama entrañable que funciona como un globo hinchado de sentimientos contenidos que poco a poco va perdiendo todo el aire. Una liberación intimista sobre la conciliación y los baches expresivos que históricamente han atenazado al hombre. Carece de la ambición que podría haberla convertido en una obra en mayúsculas, pero la tremenda actuación de Owen y la actitud de los niños seguro que, en algún momento, les sirve de espejo.