Código Fuente

Yo soy de soñar. Y de recordar lo que sueño. Siempre lo consideré un don. Por la mañana, nada más abrir los ojos, me concentro para reescribir en un lenguaje descifrable lo sucedido a lo largo de la noche. A veces, no sé si les pasa, sueño con algo tan increíble que me digo a mí mismo: “estoy soñando”. Acto seguido, con sonrisa de Cheshire, intento aprovecharme de la situación. Aunque, en realidad, nunca lo consigo.

La primera escena de ‘Código Fuente’ (Duncam Jones) consiguió retraerme a uno de esos sueños que sabes que estás soñando pero que, por alguna extraña razón, decides soñar. No necesité ninguna explicación científica o racional para empatizar con Colter Stevens (Jake Gyllenhaal), un ser ajeno en un mundo ¿irreal? que decide seguir el juego del reto onírico en el que ha despertado.

Hablar del argumento de la película es arriesgarse a dar una pista innecesaria que podría estropearles la diversión. Es, quizás, como si mirase de reojo al mayordomo al empezar una obra de teatro de Agatha Christie. De hecho, ‘Código Fuente’ es un thriller que les mantendrá en tensión durante los 90 minutos de metraje (la duración es un acierto; ni más ni menos), haciendo cábalas sobre los personajes que rodean a la obra: ¿quién es el asesino? ¿Quién es en realidad Colter? ¿Qué pasa al otro lado?

Duncam Jones demostró su fabuloso manejo de la narrativa de ciencia ficción en ‘Moon’, la pequeña joya con la que se dio a conocer. En esta ocasión da el salto a un cine más comercial y accesible a todos los públicos, a una de esas películas que pasan de boca en boca y que terminará por llenar las salas con un espectador agradecido. ‘Código Fuente’ no es una obra maestra, pero les aseguro que no les aburrirá.

En China no hay Deloreans

No se extrañen si nos sorprenden a Pepe y a mí hablando de lo genial que sería viajar en el tiempo. Es fascinante hacer cábalas sobre lo que sucedería al llegar a los 140 kilómetros en un Delorean -o cualquier otro método instaurado: máquinas, rayos cósmicos, agujeros negros, marmotas- y desembarcar en la última cena o armados con una espada en la Edad Media o volando en un futuro en el que hay un presidente negro -oh, wait-. El caso es que llegado cierto punto de la conversación, la cosa se torna trascendental. Y siempre, uno de los dos, termina así: “Si yo pudiera viajar al pasado, me buscaría y cambiaría ciertas cosas para no cometer aquellos errores, para ser mejor, para que tales asuntos hubieran sido éxitos”.

Pues resulta que a China, lo de viajar en el tiempo, le parece una perversión. O al menos a su gobierno. Los amigos del todo a cien han optado por prohibir la proyección y la realización de nuevas películas que traten el tema. Según parece, opinan que dichas historias dan una visión sesgada de la historia y que suelen manipular ciertos elementos que merecen un respeto supremo: personajes, lugares, acontecimientos.

Así que ya se pueden llamar John Locke o Marty McFly, que en China no hay Deloreans. Bien es cierto que si hacemos caso a la máxima periodística “no te creas nada”, podríamos pensar que esta es una elaborada estrategia de márketing de los productores de ‘Código Fuente’, cinta que se estrenó este fin de semana y que reflexiona sobre la idea de cambiar el pasado.

No sé si ustedes son dados a este tipo de charlas o meditaciones frikis. Yo las recomiendo. Son muy divertidas. Y me van a permitir que les deje mi última conclusión, para que piensen un rato: la ciencia ficción insiste en que si fueran posibles los viajes en el tiempo, lo sabríamos porque ya habríamos visto al ‘yo futuro’, creando un ciclo que destruiría el continuo espacio tiempo. Pero, ¿y si realmente aprendimos a viajar sin contaminarnos? ¿Y si, en vez de pensar en lo que haría si pudiera viajar al pasado para evitar ciertos errores, piensa que ya lo hizo, que esta es su mejor versión de la historia? A mí me parece una idea esperanzadora. Optimista.

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