La piel que habito

‘La piel que habito’ es una película enriquecedora. Añade infinidad de nuevos significados a la palabra ‘repugnante’. También a ‘retrógrado’. Por supuesto a ‘perturbado’. La última de Almodóvar consigue en gran pantalla el mismo rostro torcido que ‘Two Girls and a Cup’, el famoso vídeo viral de dos lesbianas aficionadas a la coprofagia que pasó por los emails de (casi) todo el planeta.

La primera media hora de este súmmum de la españolada es un canto al absurdo. Una especie de ‘Muchachada Nui’ involuntario y de mal gusto en el que un tipo disfrazado de tigre corretea -en todas las acepciones del verbo ‘correr’- por la mansión de Antonio Banderas y Elena Anaya. Una gilipollez de medio pelo que sienta las bases de lo que serán las dos horas más extenuantes del cine español. Un compendio de transgresiones sin sentido que agotan, indignan y ofenden por igual.

Si ‘La piel que habito’ es “cine culto”, me declaro objetor de conciencia. Que viva la poesía de Chuck Norris y la cuidada estética de Vin Diesel. Es tal la mala leche que aún gasto de pensar que pagué (¡dinero!) por entrar a la sala que me siento tan violado como los personajes de Almodóvar. En serio, ¿qué le pasa a Almodóvar? ¿Qué clase de infancia o adolescencia o madurez le han hecho pasar para que sus últimas películas sean ese chorreo de paranoias sexuales? Más importante: ¿Qué nos pasa a nosotros, al público, para ver sus películas? Peor aún: ¿Cómo hemos encumbrado a este señor a la categoría de artista icono del cine español?

Conste que iba preparado para el “más difícil todavía”. Pero es que el guion es tan malo que llega a parecer una parodia del propio Almodóvar. De hecho, recuerda poderosamente a las imitaciones que Carlos Latre hacía del manchego a la hora de crear sus nuevas historias. Y, de malo, resulta escabroso, patético y cómico. Creo, por cierto, que Pedro, en estos momentos, se está descojonando de toda España: “He sido todo lo enrevesado que podía, mezclando churras con merinas y penes con vaginas. ¡Y se la he colado a todos!”

No necesitan ver ‘La piel que habito’. Nadie lo necesita. Pero, supongo, que pasa igual que con aquel vídeo repugnante que les decía al principio. La curiosidad llena las salas. En cualquier caso, conste que les advertí. Y, por favor, no me digan que esta cinta está subvencionada por el estado. No con mis impuestos. No a la coprofagia.