Aquí no hay quien viva

Basta con girar la esquina para intuir la que se nos avecina. Vuelve ‘Juego de Tronos’ a la televisión y la vida se torna en una batalla entre Lannister y Baratheon por un reino que rinde pleitesía a la manga ancha. Los periodistas se sientan frente a una pantalla que habla por los codos que, sin interrupciones posibles, lamenta las insidias y confirma, rotundo, que espera que la corrupción pase a ser «historia».

Mientras, en el norte gallego, el pasado persigue a dos conocidos que, años atrás, viajaron juntos en el mismo barco. Dos caminos unidos por una travesía repleta de altibajos y juegos en la sombra que ahora exige su pago, como Caronte sobre el Tártaro. Una moneda de oro para ocultar un baúl repleto y pesado, escondido en bocas de caimanes en Irlanda y Suiza. Otro Bárcenas que aprendió la diferencia entre el debe y el haber a golpe de talonario. Y en el sur, los expedientes se convierten en sentencias contra la cara dura.

Pero todo parece más grande cuando los dedos apuntan a la corona. La confianza en la infanta Cristina se desmorona, los cuervos de la duda sobrevuelan a los de Palma y parece que el pasado se escribió para entender el presente: «Nos que somos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos principal entre los iguales, con tal que guardéis nuestros Fueros y libertadas, y si no, no».

¿Y qué ocurre más allá del muro? Kim Jong-un, el heredero de un rey loco, lanza los dados sobre un tablero trucado y carga con fuego valyrio contra sus enemigos.

Mariví Bilbao, reina del teatro y la comedia, murió ayer a los 83 años. Tantas veces criticada por su perenne cigarrillo en la boca, la entrañable Izaskun falleció «por causas naturales y en compañía de su familia». Y yo no hago más que ver el último guiño de la actriz, repleto de ese humor negro que tan bien interpretaba. Ella, partida de risa desde las alturas mientras repasa los titulares de la mañana. Sí, aquí no hay quien viva. Qué broma.

Bandas de gangsters y mafias políticas

Hoy en día, la gente no respeta nada. Antes, poníamos en un pedestal la virtud, el honor, la verdad y la ley… La corrupción campea en la vida americana de nuestros días. Donde no se obedece la ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está minando este país. La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas». Esta fue la respuesta a la pregunta efectuada por el periodista de la revista Liberty, Cornelius Vanderbilt Jr., el 17 de octubre de 1931. El entrevistado entró en prisión varios días más tarde. Su nombre, Alphonse Gabriel; Al Capone.

Ochenta y dos años más tarde, Al Capone es una leyenda y los despachos están llenos de mafiosos vocacionales que crecieron bajo la indefectible batuta de la superioridad. Los más listos. Políticos, empresarios y miembros de la realeza –no todos– que asumieron desde la cuna que eran libres para engañar, estafar y manipular a la realidad gracias a un atril podrido por la servidumbre a la ambición. Y, encima, tienen la mala baba de salir a la calle a mentirnos. Nos miran a la cara y nos mienten. Nos dicen que son buenos, que demostrarán su inocencia. Cantan al honor, a la verdad, a la ley…

Pero a todo Armstrong le llega su Oprah.

Los gangsters tienen un atractivo romántico, a caballo entre la hermandad de piratas que navega los mares en busca de tesoros hundidos y los vaqueros que asaltan diligencias con pañuelos rojos y sombreros de ala ancha. Lo tienen los gangsters y, también, los cazadores de gangsters. Siempre será un placer ver a Kevin Costner coser a balazos a un corrupto y ‘sobre-cogedor’ Robert De Niro. Y, aunque dudo que llegue al nivel, iré con la mejor predisposición a ver ‘Gangster Squad’ (Ruben Fleischer, ‘Bienvenidos a Zombieland’).

La cinta cuenta con un elenco de actores guapos y de moda (Josh Brolin, Ryan Gosling, Nick Nolte, Emma Stone, Sean Penn) que no son un reflejo de la realidad. Pero oye, todo sea por pegar unos balazos y ejercer nuestro derecho al pataleo. Aunque sea de mentirijilla. Por recordar la virtud.

Y el honor.

Bárcenas, Armstrong y las mentiras de verdad

Mentir es un arte. Soy un apasionado de las mentiras. Miento con destreza cuando tengo cuatro cartas entre las manos –aunque la razón pida mus– y miento con saña cuando imagino lugares imposibles. Las mentiras, dice Vargas Llosa, están repletas de verdad. Pero siento asco ante las mentiras de verdad. Auténtico pavor. Repugnancia. Las mentiras de verdad, ésas que ni crean ni se escriben ni se proyectan en una sala con gallinero. Sí en pocilgas. Bochornosas pocilgas que tarde o temprano terminan apareciendo en el camino de la mentira, impidiendo una huida de patas cortas, cosechando la ira del ingenuo que las creyó ciertas.

En estos días en el que parece demostrado que Bárcenas miente, el otrora héroe del universo, Lance Armstrong, se sincera sobre el dopaje, los triunfos manchados y la desagradable amnistía de un trono despojado. Sea Bárcenas o sea cualquier político afincado al talante y la insidia, existe una terrible sensación de fraude para con los líderes de la sociedad. Nuestros líderes. De España. Es demoledor leer y releer, un día tras otro, cómo tras cortar una cabeza, aparecen otras dos, imitando a la Hydra que angustió al mismísimo Hércules.

Corrupción, trapicheo, sobres cargados de mala baba. Los encontramos, los acusamos, los señalamos y nada. Pasa el tiempo. Olvidamos y dejamos que nazca otra cabeza, multiplicando la frustración, restando credibilidad, aumentando la certeza: se ríen de nosotros. No son ideas enfrentadas, son un único bando que protege sus intereses, terrenos y sueldos vitalicios. Pero, amigos, el tiempo ordena los mitos, las leyendas y los villanos.

Dentro de un tiempo –días, meses, años, lustros–, la verdad saldrá a la luz. La humillación cambiará de lado y serán sus gargantas las que soporten el peso de la vergüenza. Os pillamos, diremos. Caminarán un oscuro tormento hacia el plató donde una periodista de fama internacional les entrevistará por sus mentiras. Y se enriquecerán, otra vez, por las mentiras. Pero, al igual que con Armstrong (Bad Robot, la productora de J.J. Abrams, ya ha comprado los derechos para rodar la caída del ciclista), aparecerá un artista que decida dejar una huella imborrable que ajusticie y justifique su pobreza. Su deleznable herencia. Y esas mentiras me gustan.

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