The Company Men (y II)

“Mi vida se ha terminado y, ¿sabes lo peor? El mundo sigue funcionando. No le importo una mierda”. La frase es de uno de los miles de despedidos en GTX, una inmensa multinacional que durante años ha procurado grandes riquezas a sus hombres y que ahora, consecuencia -también causa- directa de la crisis, les echa a la calle. ‘The Company Men’ es la continuación ficticia del documental ‘Inside Job’ desde una óptica muy interesante. De hecho, me fascinó el arranque de la cinta: imágenes estáticas de los pequeños y grandes detalles que decoran la clásica vivienda estadounidense que estamos hartos de ver en el cine (dos plantas, patio para barbacoas, canasta de baloncesto sobre el garaje… ya saben). Y, desde el principio, la sensación es la misma: “Estamos rodeados de opulencia”.

El presidente de GTX aprovecha la ausencia de su segundo al mando, Gene McClary (Tommy Lee Jones), para iniciar una tanda de despedidos masivos en su empresa. Bobby Walker (Ben Affleck) es uno de ellos. Acostumbrado a jugar al golf por la mañana, a comidas copiosas en restaurantes de lujo y a pasear con su Porsche, Bobby sufrirá el peso de un currículum altamente cualificado en un mundo que no puede mantener su nivel de vida.

John Wells cambia la televisión (Urgencias, El Ala Oeste de la Casablanca) para estrenarse como director con una película que nos regala una reflexión tan espeluznante como necesaria. Además, reúne a un reparto muy acertado liderados por la experiencia de Tommy Lee Jones Jones, Chris Cooper -siempre excelente- y Kevin Costner. Este último con un papel comedido, pero muy bien llevado. Y, con respecto a Affleck, se vuelve a demostrar la teoría: no es un gran actor, pero sabe involucrarse en proyectos de alto nivel. Sus dos últimas películas, ‘The Town’ (como actor y director) y ésta, son grandes trabajos.

‘The Company Men’ es un puñetazo en la mesa del director de su empresa. Un mensaje a todos los tiburones que eliminaron un recurso humano para incorporar una nueva sala de reuniones, un plasma en la sala de juntas o un coche para la empresa. Es, en definitiva, el ajuste de cuentas que no sucederá jamás.

The Company Men (I)

Nada más terminar la película, ‘The Company Men’, me fue imposible no recordar una de las más terribles charlas que tuve con mi amigo Enrique. El tipo estaba visiblemente desanimado; después de varios años trabajando entre directivos, un recorte de personal se cruzó de bruces en sus aspiraciones laborales. Jodiendo, de paso, el resto de su vida. Varios meses más tarde, con una larga lista de currículums entregados, un técnico de la Junta, de esos que se supone que te ayudan a encontrar trabajo, le dijo esto: “Eres hombre, de mediana edad y con un buen cv, y por lo tanto aspiraciones. Olvídate de encontrar trabajo en Granada”.

Vivir a expensas de una casualidad, de una llamada de ese amigo que puede enchufarte o de que alguien muera en la oficina en la que trabajas como becario y caiga la breva, es tremendo. Una sensación que sólo pueden entender los que la han vivido. Los que han sufrido madrugadas en vela y mañanas pasando páginas de la agenda, en blanco.

Te cuestionas. Pones en duda tu formación. Te vuelves a cuestionar. Te planteas hacer un curso, otra carrera u otro módulo. Dudas. Decides aprovechar la oportunidad para retomar el proyecto que siempre quisiste hacer. Pero no, no hay medios. Inestable. Sol a Sol, la vida se convierte en un goteo incesante de ticks tacks que te roban tu lugar en el mundo. Te desubicas. No vale soñar, no puedes creer, no hay que saber. Sólo esperar.

Todo el mundo tiene un consejo, una advertencia y una propuesta que hacerte. Lo ven tan claro que resulta insultante. Ellos no lo están viviendo… Pero un día, la rueda gira. Y descubres que de todo se aprende. Hasta de la nada.

Quizás esa es la conclusión más importante de ‘The Company Men’, que somos mucho más que un trabajo. Que no podemos dejar que nuestra vida dependa de una rutina establecida. Que no somos ‘company men’, somos personas.

Inside Job

La compleja crisis económica que azota el planeta tiene, en realidad, un origen bien sencillo: la ambición. Y la ambición es, desde el principio, un aditivo humano. Imagine que tiene un trabajo en el que ganan suficiente pasta como para mantener a varias familias -con abuelos, sobrinos y hermanos incluidos-. Un día descubre que ejecutando una pequeña treta podría multiplicar sus ingresos exponencialmente. Una treta ridícula que, a la larga, podría -o no- resultar dañina para la inmensa mayoría. Una treta, por cierto, al margen de la ley. ¿Se lo pueden imaginar? Más fácil: visualice un botón. Púlselo. Ahora es el doble de rico. Vuelva a pulsarlo. El doble que antes. No hay esfuerzo, no hay complicaciones: sólo pulsar un botón. Sea sincero consigo mismo, ¿lo pulsaría?, ¿jugaría la treta?

Eso es lo que banqueros, políticos, agencias calificadores, burócratas y profesores universitarios hicieron el pasado 2008: jugar con nuestro dinero. El documental ‘Inside Job’ (Oscar mejor película documental 2010), de Charles Ferguson, es una terrorífica narración sobre cómo los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Y sobre cómo los pobres lo perdieron todo y, los ricos, nada.

A ratos insultante, a ratos purgativa, la película deshilacha una historia que conocemos. Y lo hace con mimo, poco a poco, sin dejar cabos sueltos ni títere con cabeza. Pese a que el espectador puede llegar a perderse entre datos y tecnicismos, ‘Inside Job’ es, quizás, la clase a la que todo alumno -de cero a cien años- debería asistir. En dos horas de metraje, Ferguson sigue el dinero: de Wall Street a la Casa Blanca, pasando por todo tipo de suburbios empresariales.

Al final, cuando empezamos a entender qué ha pasado y cuando creemos que hay información más que suficiente como para enjuiciar a los culpables de la crisis, descubrimos el pastel: los autores de la estafa, aquellos que estaban en puestos directos, tanto públicos como privados, siguen en el mismo sitio o han ascendido. Siguen pulsando el botón, amasando fortunas. El plan era perfecto.