Tomorrowland, para imaginar

Imagine lo que quiere que suceda mañana. Mañana, un día en el futuro en el que todo es posible desde el momento en que lo visualizamos en el mundo de las ideas. Ideas, motor de genios de mirada inquieta, más preocupados por trabajar que por decir que trabajan más que nadie. Nadie, porque nadie es más que nadie y necesitamos líderes en la ciencia, pero también en la política, en la cultura, en el arte, en la gastronomía… en lo que sea. Sea, pues, lo que dicte su imaginación. ¿Se imagina?

Brad Bird (‘El gigante de hierro’, ‘Los Increíbles’) dirige ‘Tomorrowland’. Un entretenido relato de ciencia-ficción que cumple con su fundamento más radical: imaginar. El guion de Bird y Damon Lindelof (‘Perdidos’, ‘Star Trek: En la oscuridad’) es fresco, distinto e inspirador; con una sana intención de honrar a los clásicos y no de reinventarlos. Y es que la película de Disney es, por encima de todo, una película de Disney. Es decir, una película a la que asociamos elementos ‘tradicionales’ de la casa de Mickey: es divertida, espectacular, familiar y con moraleja.

Casey Newton (Britt Robertson, ‘El viaje más largo’) y Frank Walker (George Clooney, ‘Gravity’) son dos niños que ven un futuro muy distinto. El hecho de que nacieran con treinta años de diferencia no varía lo único importante: ambos quieren entrar en ‘Tomorrowland’. Un camino que les llevará a enfrentarse al único problema que no tiene solución… ¿O sí?

El ejercicio de creatividad e inventiva de Bird es, curiosamente, un fiel reflejo de la crisis actual. Qué hermosa secuencia final, en el pasto, la que cierra el discurso unificado de Newton y Walker: la búsqueda del talento en todas partes, el miedo al cambio, el valor para afrontarlo… Imagine.

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Prometheus

El espejismo es precioso: Ridley Scott nos acerca las estrellas con una nitidez magistral. La sofisticada nave Prometheus y su sensación de realidad completan una fotografía que se extiende por un vasto horizonte de vida imaginaria. Pero los detalles, la cuidada estética y el hipnotismo de la ciencia ficción entendida como un mural impresionista se evaporan entre los dedos conforme avanza el viaje. La sed no se sacia, el aire no calma y la vida se descubre como un puñado de estatuas inertes que no tienen nada nuevo que contar.

‘Prometheus’ reúne a Michael Fassbender, Noomi Rapace, Charlize Theron e Idris Elba en una ópera espacial que es, al igual que ‘Alien, el octavo pasajero’, hija de su tiempo: prima el espectáculo por encima de guion, personajes y ambición narrativa. Mientras que en la película de 1979 flotaba un halo misterioso e inesperado a su alrededor, ahora solo importa la promoción. Antes de entrar en la sala sabemos lo que vamos a ver en casi todas las vertientes: el instante más vistoso, el más tenso, el esqueleto de su historia e, incluso, sospechamos un final que destruye la opción de la magia.

Entre la pésima distribución (llega con dos meses de retraso), la mordacidad de Internet y el evidente interés de sus productores por vendernos el film, ‘Prometheus’ cae en un profundo agujero negro de olvidos e intrascendencia. El esfuerzo de Ridley Scott por hacer algo veraz a la vista sacrifica un guion que, de haberlo pulido, podría haber sido algo. El periplo en busca del origen de la vida a un planeta remoto no es más que un prólogo, una carta de presentación de un negocio cinematográfico que aprovecha el morbo de un posible alien que resulta familar.

Hay dos reflexiones que le escuché a un director de cine. Unas palabras que empiezo a leer con temor: “Uno. Echo de menos el cine de antes. Sí, ese cine cuyas películas empezaban, se desarrollaban y, después, terminaban. Dos. Creo sinceramente que J.J. Abrams y sus amigos (Damon Lindelof y cía) están empezando a hacerle daño al cine”.

Visualmente, ‘Prometheus’ es una gozada. Y eso salva la entrada.

Alien, el antiremake

Ridley Scott había aceptado la tentación: volver al mundo de la teniente Ripley para contar una nueva historia de una de las sagas de ciencia ficción más emblemáticas del género: Alien. La idea, puesto que las secuelas ya estaban reventadas, fue hacer la precuela de ‘El octavo pasajero’ (ya saben, los tres palos de Hollywood: secuela, precuela y remake). Sin embargo, Scott se asoció con uno de los talentos emergentes -quizás ya consagrados- más exitosos de la industria: Damon Lindelof (Star Trek, Lost). Y el resultado ha sido otro mucho más sorprendete: el ‘antiremake’.

¿Antiremake? Sí. Es un término innovador que describe la siguiente situación: “proceso creativo por el que directores y guionistas que se encuentran inmersos en la producción de una secuela/precuela/remake recuerdan que en un tiempo no tan lejano fueron capaces de escribir ‘palabras nuevas’ en un folio en blanco y deciden, en vez de malgastar su tiempo -y el nuestro- con ideas ya manidas, resucitar a las musas y crear algo nuevo”.

Eso es exactamente lo que le pasó a Ridley Scott después de que su colega, Lindelof, le dijera algo así: “Recuerdo entrar de pequeño al cine, a ver ‘Alien’, y salir extasiado por la inmensa cantidad de cosas originales que acababa de ver. Poder trabajar contigo es un honor y una maravilla para mí”. Acto seguido, el responsable de ‘Gladiador’, debió mirarse en el espejo para descubrir que se estaba pudriendo por dentro. Que ya no había aliens saliendo de su estómago. Así que alzó la vista y dijo: “Hagamos algo nuevo, hagamos ‘Prometheus’”.

‘Prometheus’ se estrenará en 2012 y es, oficialmente, la película que asesinó a la precuela de Alien. Personalmente, me alegro el cambio. Sé que hay muchos fieles que se morían de ganas de regresar a Nostromo. Pero, carajo, ¿se imaginan otra bazofia que manche el nombre de otra saga? Si ‘Prometheus’ le sale bien, todos la disfrutaremos. Si le sale mal, por lo menos no le culparemos de haber escupido en la tumba de Ripley (George, Steven, ésa va por vosotros).