Un método peligroso

“A veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo”. O, lo que es lo mismo, reinventarse. Dejar morir lo que éramos para empezar a ser algo totalmente distinto. La frase, pronunciada por Carl Jung (Michael Fassbender) cierra una de las películas más perturbadoras y sugerentes del año. ‘Un método peligroso’ es un ejercicio de hipnosis con el que David Cronenberg (‘Una historia de violencia’, ‘Promesas del este’) fisgonea en la mente del público, auténtico paciente del filme, para poner en duda los muros de moral y civismo que rigen nuestra vida. Y el sexo. El sexo por encima -y por debajo- de todo. El placer por antonomasia y, al mismo tiempo, el mayor de los tapujos.

A principios del Siglo XX surge una nueva forma de estudiar la mente humana: el ‘psicoanálisis’. Freud (Viggo Mortensen), el creador del método, lidera una revolución médica a la que se adhiere Carl Jung, joven promesa que utiliza las teorías de Freud para curar a Sabina Spielrein (Keira Knightley), joven belleza repleta de miedos, complejos y locuras de toda índole. El diálogo a tres bandas terminará creando una tensión sexual que, inevitablemente, explotará en una orgía dialéctica.

Cronenberg sabe lo que hace. Por eso, lo primero que nos enseña en la película es el método de trabajo: el paciente se sienta delante y el médico, el analista, se sienta detrás, viendo todo lo que acontece, juzgando las actitudes, las decisiones, los hechos y las intenciones. Fassbender se sienta detrás de Knightley y, a su vez, nosotros tras Fassbender, cerrando un círculo perfecto que nos embaucará durante una hora y media intensa de metraje.

‘Un método peligroso’ no es una película accesible a todos los públicos. Exige un mínimo de concentración bastante elevado y puede aburrir al espectador que no esté dispuesto a dejarse interpelar. Si sobrepasan sus propios límites, al terminar la cinta, llegarán a dos conclusiones: Uno. Si la gente a su alrededor abandona la sala sin solicitar un revolcón lascivo e irreflexivo con el resto de espectadores, es que no han entendido la película. Dos. Jung y Freud tenían razón.

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