Bunraku

Hay un valiente ignorante que se ha atrevido a promocionar ‘Bunraku’ como una divertida mezcla de cine, cómic y videojuegos. Como película se acerca a los estándares de calidad instituidos por joyas del tipo ‘Spice Girls’ o ‘Ultraviolet’. Como cómic es una triste viñeta desechada para el tebeo oficial de ‘Crepúsculo’. Y como videojuego es la versión más cutre y salchichera de la beta que usaron en Nokia para programar la primera Serpiente, hace quince años.

‘Bunraku’ es un despropósito asimétrico, molesto a los sentidos, que no levanta cabeza ni en las escenas de lucha -adalid del cine comercial que rellena minutos con facilidad- cuyas coreografías recuerdan a las peleas de la serie de Batman de los años 60 pero sin gracia, carisma ni esos divertidos bocadillos ‘bam’, ‘pum’, ‘slash’.

Guy Moshe dirige este absurdo gasto con vocación de suicidio que aburre hasta a sus actores protagonistas. Intérpretes que, espero, hayan cobrado bien el trabajo porque este solemne aburrimiento será difícil de olvidar en sus carreras: Josh Harnett, Gackt, Woody Harrelson, Ron Perlman, Jordi Mollá (el mejor de todos los artistas por una simple y sencilla razón: muere a los cinco minutos), Kevin McKidd, Demi Moore…

Cuídense, amigos, de los que les digan que esta broma es un ‘Sin City’ moderno. Es cierto que goza de un arranque más o menos atractivo, con una animación interesante. Pero son escasos sesenta segundos que luego se olvidan con facilidad ante tal sarta de patochadas. Les resumo: dos tipos llegan a una ciudad donde hay un tipo muy malo con muchos secuaces; se pelean con todos.

Si les entra el gusanillo por ver Bunraku, pueden relajar su ímpetu viendo otras películas que les refrenarán la pasión: ‘Los Cuatro Fantásticos y Silver Surfer’, ‘Street Fighter’, ‘Mortal Kombat’, ‘Karate Kimura VI’… Cualquiera será mejor.

Margin Call

Satanás negocia con almas. El producto es cosa de dos. Pero el juego, la competencia, comprar y vender, es un invento humano. Por aquello de no llamar la atención de Belzebú y de su buen hacer como negociante, procuro no desear el mal a nadie. Sin embargo, para todos los que hoy siguen enriqueciéndose con la miseria, el abandono, el sufrimiento y la impotencia, tengo otros planes. Espero, de corazón, que los ricachones y fumadores de puros que especularon con nuestro futuro y nuestras vocaciones lo pierdan todo. Lleguen a la angustiosa situación de tener que reinventarse, de subirse las mangas y servir hamburguesas durante toda la jornada -sábados incluidos- por siete euros la hora.

Crisis. En los últimos años hemos añadido infinidad de significados a la palabra. Y, quizás, aún nos cuesta aceptar uno de los más dañinos: culpabilidad. La crisis no es algo accidental, no es un irrefrenable volcán en erupción o un desafortunado maremoto pendiente de la Luna. No. La crisis es consecuencia directa del ser humano. De un grupo de ellos que malentendió el concepto de ambición y prefirió seguir pulsando la tecla que apretaba el yugo global.

‘Margin Call’ es la narración, casi en directo, de las 48 horas que cambiaron el mundo. La ópera prima de J.C. Chandor es un espeluznante goteo de insensibilidades delante de la pantalla que gobierna nuestras esperanzas, un ordenador repleto de variables, gráficas y paquetes de oportunidades hipotecarias que nunca debieron venderse.

Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Zachary Quinto, Simon Baker, Stanley Tucci, Penn Badgley y Demi Moore conforman el relato coral del nacimiento de la crisis. ‘Margin Call’ es una excelente película que entra en la colección formada por ‘The Company Men’, ‘Inside Job‘ y ‘Up in the Air‘. Films de obligada visión para aquellos que sean testigos de la tragedia. Para aquellos que se sienten marginados y englobados en un término tan lamentable como real: crisis.

Nota: No recomendada para sueldos abrumadores, puede crear consciencia.

Pregunta: ¿Por cuánto venderían su alma?

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