Es cierto que hay cosas más importantes que el fútbol o el deporte. Más urgentes. Pero nadie puede controlar sus emociones. Y de eso se trata todo esto: sentir, vibrar, saltar y gritar después de una mano milagrosa que se estira con el aliento contenido de millones de españoles. De aullar al techo y buscar el abrazo, el contacto humano, el instante impreciso, desdibujado y perfecto en el que expulsamos los malos espíritus con un golpe de energía. Un orgasmo público, unísono y destapado que dura unos segundos y se recuerda toda la vida.
El cine ha retratado en infinidad de escenas el poderoso magnetismo del deporte y su capacidad de revolucionar la sociedad. Desde ‘Invictus’ hasta ‘El secreto de sus ojos’, pasando por ‘Rocky’, ‘Moneyball’ e incluso ‘Somos los mejores’ o ‘Space Jam’. Pero, no sé por qué, esta Eurocopa me evoca al espíritu de ‘Evasión o Victoria’.
Los de Casillas son prisioneros de su propio éxito. Héroes de otras guerras bien libradas, guiados por un entrenador asfixiado por los consejos, advertencias y sapiencias malintencionadas de un país entero. Todos obligados a protagonizar una huida adelante, una escapatoria que pasa por la épica, el esfuerzo y un sufrimiento que sobrepasa las gradas del enemigo.
Mañana, cuando vuelvan las crisis, las primas y la madre que las parió, quedará una sensación que no da fruto, que no arregla la economía, que no borra el paro ni los recortes. Pero, seguramente, sea un pequeño, nimio e insignificante soplo de aire fresco al mirar la cuenta corriente. O al enviar cien currículums. O al comprar el pan… Al final, todos estamos entre la evasión y la victoria.