De verdad que lo siento en el alma. Lo siento porque Shrek me parece un personaje muy conseguido. Me cae bien, qué carajo. El Asno es una maravilla, un chiste andante. Y Gato es la parte romántica de los cuentos de hadas, el que sostiene la espada para defender a la damisela en apuros. Lo que no se puede permitir, teniendo ese plantel tan fabuloso, es hacer un ñordo tan aburrido y desangelado como ‘Shrek, felices para siempre’.
Con el objetivo de cerrar la trama, los de Dreamworks se sacan una magia de la manga: Shrek pide un deseo que le envía a un universo paralelo en el que él nunca rescató a Fiona de la Torre del Dragón, ni conoció a sus amigos ni nada de nada. De esta manera, la imaginación se anula al permitir que el guión repita, con exactitud, el patrón de la primera. Un fiasco.
A la práctica ausencia de momentos memorables, diálogos ‘low cost’ y la insistente repetición de escenas musicales con canciones antiguas y bailes ‘hiphoperos’, hay que sumar el desatino del 3D. He de admitir que mi primer comentario nada más empezar la proyección -gafas en ristre- fue “¡Guau, qué chulo!” Después de los últimos desalientos tipo ‘Furia de Titanes’ o ‘Alicia’ pensé que, por fin, una película que promocionaba el 3D a los cuatro vientos era sincera. Craso error. El 3D, una vez más, es un accesorio del que ni se puede presumir ni justifica el aumento del precio de la entrada.
‘Shrek, felices para siempre’ intenta ser una mezcla entre ‘Qué bello es vivir’ y ‘Perdidos’, pero su final tan evidente y su desarrollo lento, tedioso y pesado les obligará a bostezar en más de una ocasión. El desastre no quita que, en muy contadas escenas, luzca la simpatía de ‘Asno’, el estilo del ‘Gato’ y la buena animación del ‘Flautista de Hamelín’. Pocos gagas que navegan como sonrisas anecdóticas en un mar de quietud. Qué pena.