Shrek, felices para siempre

De verdad que lo siento en el alma. Lo siento porque Shrek me parece un personaje muy conseguido. Me cae bien, qué carajo. El Asno es una maravilla, un chiste andante. Y Gato es la parte romántica de los cuentos de hadas, el que sostiene la espada para defender a la damisela en apuros. Lo que no se puede permitir, teniendo ese plantel tan fabuloso, es hacer un ñordo tan aburrido y desangelado como ‘Shrek, felices para siempre’.

Con el objetivo de cerrar la trama, los de Dreamworks se sacan una magia de la manga: Shrek pide un deseo que le envía a un universo paralelo en el que él nunca rescató a Fiona de la Torre del Dragón, ni conoció a sus amigos ni nada de nada. De esta manera, la imaginación se anula al permitir que el guión repita, con exactitud, el patrón de la primera. Un fiasco.

A la práctica ausencia de momentos memorables, diálogos ‘low cost’ y la insistente repetición de escenas musicales con canciones antiguas y bailes ‘hiphoperos’, hay que sumar el desatino del 3D. He de admitir que mi primer comentario nada más empezar la proyección -gafas en ristre- fue “¡Guau, qué chulo!” Después de los últimos desalientos tipo ‘Furia de Titanes’ o ‘Alicia’ pensé que, por fin, una película que promocionaba el 3D a los cuatro vientos era sincera. Craso error. El 3D, una vez más, es un accesorio del que ni se puede presumir ni justifica el aumento del precio de la entrada.

‘Shrek, felices para siempre’ intenta ser una mezcla entre ‘Qué bello es vivir’ y ‘Perdidos’, pero su final tan evidente y su desarrollo lento, tedioso y pesado les obligará a bostezar en más de una ocasión. El desastre no quita que, en muy contadas escenas, luzca la simpatía de ‘Asno’, el estilo del ‘Gato’ y la buena animación del ‘Flautista de Hamelín’. Pocos gagas que navegan como sonrisas anecdóticas en un mar de quietud. Qué pena.

Cómo entrenar a tu dragón

Cuando era muy pequeño solía repetir constantemente dos promesas: “quiero un perro” y “no me voy a comer los garbanzos”. Tardé 22 años en conseguirlo, pero aquí está, a mi lado, como siempre, escuchando con atención el goteo del teclado. No sabría explicar muy bien por qué, pero el día que nos conocimos nos miramos como viejos amigos de una isla perdida. Estaba apachorrado sobre el resto de sus hermanos recién nacidos. La señora me dijo que eligiera. Me dijo que Jano –mi amigo- había tenido un problema en el parto y tuvieron que cortarle un trozo de la cola, lo que había hecho que otros no le prestaran atención. Sonreí, místico. “Ése es mi perro”, contesté.

Las películas, a veces, más allá de lo buenas o malas que queramos hacerlas, nos emocionan porque hablan de nosotros. ‘Cómo entrenar a tu dragón’ forja la amistad entre un niño y una bestia alada que no puede volar porque ha perdido un trozo de su cola. Ambos, rechazados por sus clanes, estrechan un lazo que emocionará a todos los que comparten su vida con un animal.

El último trabajo de Dreamworks es precioso. He de admitir que acudía a la sala con unas expectativas muy bajas. Los últimos trabajos de la productora (‘Kung Fu Panda’, ‘Madagascar’) me parecen muy pobres y alejados de la genialidad intergeneracional de Pixar. Sin embargo, esta película sobresale en todos lo sentidos: técnicamente brutal, una animación preciosista, un juego de cámaras en primera persona brillante, una música soberbia de John Powell y un ritmo propio de las grandes aventuras del cine (ya quisiera el Kraken de Furia de Titanes siquiera igualar al enorme dragón del final de la cinta). Es cierto que el guión aún no adquiere las lecturas de ‘Up’ o ‘Wall-E’, pero asegura una divertidísima sesión. Que no es poco con los tiempos que corren.

Como en ‘Up’, tiene una escena magistral que aún me pone los pelos como escarpias. No hay ni una palabra, sólo música y gestos, expresiones, guiños… Cuatro minutos y once segundos en los que el niño y el dragón inician su acercamiento prohibido, que culminan cuando él toca el hocico de la bestia. E.T. y Eliot. Brutal.

Niños, arrastrad a vuestros padres. Padres, ilusionad a vuestros hijos. ‘Cómo entrenar a vuestro dragón’ invita a salir del cine con los brazos abiertos, como cuando éramos niños, para correr por la calle mientras imaginamos que surcamos el cielo. Y, al llegar a casa, cuénteselo todo a su perro. Le gustará.

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