Rompenieves (Snowpiercer)

El mundo es un tren y sus pasajeros, la sociedad. Cada vagón representa a una clase, ordenadas según su riqueza: cuanto más cerca de la cabeza, más comida y agua; cuanto más lejos, más hambre. ‘Rompenieves’ (‘Snowpiercer’) tiene uno de los planteamientos más originales de los últimos años y es, de manera eficiente, una película de acción que rompe con los cánones establecidos. Su guión, basado en el cómic francés de Jacques Lob; su protagonista, un antihéroe alejado de los arquetipos; su estética, un triunfo ‘indie’ a caballo entre la viñeta y el relato fantástico.

John-ho Bong (‘The Host’) dirige una película con una fuerte carga filosófico. La lectura más superficial desvela un compromiso absoluto por conseguir que el espectador dibuje la línea que nos separa. Aquella línea que nos enseñaban en Historia que ensancha la estadística: los ricos son más ricos y los pobres, pobres serán. Salvando las distancias, Curtis (Chris Evans, ‘El Capitán América’) es una suerte del Neo de Matrix, liderando una revolución que afecta a todo el tren. A todo el universo.

El film, una producción a dos mares entre Corea del Sur y Estados Unidos, puede no contar con los mejores efectos especiales, pero se sostiene gracias a un guión sólido y un elenco de intérpretes de primer orden. Además de Evans, muy correcto, ‘Rompenieves’ cuenta con Jamie Bell (‘Billy Elliot’), John Hurt (‘V de Vendetta’), Ed Harris (‘Camino a la libertad’), Octavia Spencer (‘Criadas y Señoras’) y una irreconocible Tilda Swinton (‘Moonrise Kingdom’).

La propuesta de Bong es francamente recomendable por dos razones: no es una película a la que estemos acostumbrados y cargará su mochila personal de una experiencia entretenida, reflexiva y emocionante. Una lástima el miedo que ha corroído a las distribuidoras, dejándola de lado de la inmensa mayoría de cines españoles. Al menos, si cuenta con Canal+ o Yomvi, pueden verla en casa.

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Camino a la libertad

El día que llegamos a Santiago la sensación era inequívoca: éramos invencibles. No fue nada nuevo, después de veinte días madrugando para caminar treinta kilómetros, cada meta alcanzada provocaba una emocionante algarabía; un júbilo comparable al del héroe que consigue llegar vivo a los títulos de crédito. Sin embargo, para alcanzar la dicha, había que sufrir una frustrante concatenación de estados de ánimo: pies destrozados, sueño, desgana, miedo, impotencia, despedidas amargas… pero sobre todo, la terrible sensación de no poder volver la vista atrás: sólo valía seguir.

‘Camino a la libertad’, la última película de Peter Weir (‘Master and Commander’), es un peregrinaje que todos, personajes y público, estamos obligados a terminar para obtener la recompensa. Es indiscutible: la cinta se hace larga, lenta e, incluso, en algunos momentos, se atraganta en la garganta de un espectador abandonado a su suerte. Pero al final, tras más de dos horas arrastrando los pies, hay plenitud. No es instantánea. Llega después, mucho después. Cuando eres consciente de que la historia de Weir fue real. Que hubo ocho personas que se fugaron de una gélida prisión en Siberia, cruzaron el angustioso y sediento desierto y que, sólo tres de ellas, consiguieron alcanzar la India, contra viento, hambre y marea.

Desde el primer segundo de la cinta sabemos cuál es el guión y cómo va a acabar. Unas letras blancas sobre un fondo negro nos avisan: “En 1939 tres presos escaparon de Siberia y llegaron a la India. Esta película está dedicada a ellos”. Weir decide librarse así del peso de la narración para centrarse en lo que realmente conlleva un peregrinaje: las sensaciones. Pese a los preciosos paisajes -avalados por National Geographic- que rodean a los actores, es inevitable pasarlos por alto y sentir la boca seca cuando no hay agua, la repugnancia de tragar un gusano o las puñaladas de un frío que bloquea la mirada.

Por eso, al llegar a casa, recostado en un cómodo sofá, vuelven las caras de Jim Sturgges (‘Across the Universe’), Ed Harris (‘Una mente maravillosa’) y Saoirse Ronan (‘The Lovely Bones’). Y, entonces, comprendemos la hazaña de sus personajes y el poder de sus interpretaciones. De alguna manera metafísica, somos más fuertes, como todo el que consigue terminar un largo y azaroso camino.

El Show de la Esteban

Cuando el comodoro detuvo a Jack Sparrow por primera vez subrayó la situación diciendo: “Sois el peor pirata del que he oído hablar”. A lo que el siempre elocuente y polémico pirata responde: “¡Ajá! Pero habéis oído hablar de mí”. Mientras que anoche veía en la tele el maravilloso ‘Show de Truman’, pensaba en el tremendo poder visionario de la cinta de Peter Weir (‘Master and Comander’). La película se rodó en 1998. Hace doce años. Entonces, el mundo del reality aún era un terreno por explotar y la idea de seguir una vida en directo, de convertir la rutina de una persona en noticia, era, cuanto menos, absurda.

Doce años después, involucionamos. El viernes por la noche, sin ir más lejos, fue imposible no enterarse de algún detalle más de la reina democrática de España: Belén Esteban. Y no, no vi ningún programa del corazón, pero sus cuernos salpicaron periódicos, radios, webs, foros y, por supuesto, facebook, twitters y demás redes sociales.

Jim Carrey era un ignorante. Un tipo que sufría el cotilleo ajeno sin conocimiento de causa. La tesis de Weir en el film es que si una persona vive acechada por las cámaras día y noche terminará huyendo. Así, el bueno de Truman se las ingenia para romper todas las fronteras después del extraordinario diálogo con un Ed Harris con aires divinos.

En el caso de España lo hacemos todo al revés. Buscamos la fama más inmediata, más remunerada y más mediática posible. Luchamos por vender nuestras intimidades carentes de talento para obtener, durante unos segundos, un ‘éxito’ efímero. ‘Éxito’: ser nombrados en televisión por lo que dicen que hacemos. ¿Quién querría ser poeta, inventor, bombero o astronauta?

Jack Sparrow, por cierto, consigue salir preso y robar la nave más rápida del Caribe. Fanfarronada que le vale el comentario del segundo del Comodoro: “Es, sin duda, el mejor pirata que he visto jamás”.

Feliz día de España.

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