Cómo colgar las botas

Cuando Edward Bloom llegó a Villa Espectra sus habitantes le obligaron a quitarse sus zapatos y a colgarlos de un cable tan alto que hiciera imposible pensar en recuperarlos. Del hilo -que funcionaba como umbral de bienvenida- pendía el calzado de todos los vecinos del pueblo. El gesto era señal de una vida que dejas atrás, un camino que recorriste sobre unas suelas que ahora necesitan un cambio de aires. En los últimos años, encontrar en las calles de una ciudad la sombra de un zapato que sobrevive a veinte metros de altura es fácil. Como en la película ‘Big Fish’ -si no saben quién es Edwar Bloom ya tienen una excusa para ir al videoclub-, aquí también tenemos botas volando. Sin embargo, las explicaciones de por qué se hace son de lo más variopintas: desde puntos de venta de drogas hasta movimientos artísticos. Pasen y vean.

Hasta hace relativamente poco tiempo, colgar las botas en algún cable era una costumbre muy repetida en los pueblos de la provincia. Una anciana me contó que “esto se hacía para desear suerte y prosperidad a los que habían terminado su vida militar e incluso para recordar a amigos y familiares fallecidos”.

En Estados Unidos, de donde se sospecha que viene la iniciativa, se hace cuando un miembro de una banda callejera muere, convirtiendo el cableado en una vitrina donde conmemorar ‘grandes eventos’.

La explicación más extendida gira entorno a drogas y ‘okupas’. “Se trata de una marca. Una pista para el que sabe buscar. Si hay zapatillas colgadas significa que cerca hay un puesto de venta de droga”, dicen.

Mi amigo Luis dice que “significa que alguien ha cambiado su forma de vida a mejor. Abandonan el calzado antiguo. La economía sale a flote”. Siendo así, quizás nos podríamos alegrar de ver más zapatos colgando de las calles. Mientras eligen el razonamiento que más les convence, pongamos en duda aquello de ‘These boots are made for walking’, que cantaba Nancy Sinatra.

El buen bardo

Su voz calma. Es sanadora. Tiene la capacidad de leer en tu mirada, de distinguir entre lo que piensas, deseas y temes. De un solo vistazo sabe exactamente lo que tiene que decir, lo que necesitas escuchar. Puede hacerte reír, llorar, amar, odiar. Es el poder de la palabra -en todos sus sentidos-.

Sus manos guían. Mueven el aire que les rodea, interrumpen tu mundo. Mientras habla ningún movimiento es en vano. Abrir, golpear, rozar, chocar, señalar…cerrar. Como un mago haría para distraer tu mirada, el buen bardo usa sus gestos para adentrarte en un mundo alternativo -pero real- en el que los problemas que te atormentaban empiezan a ser brisa fresca.

El alma. El alma les sale por todas partes. Casi la puedes ver. Casi tocar. El buen bardo canta, baila, brinca, corre, juega, disfruta, carcajea… pero también sufre, lamenta, acompaña, derrama y se derrumba por ti.

Y, ante todo, por encima de cualquier virtud, el buen Bardo es Feliz siendo el buen Bardo.

Es un rapsoda del tiempo y el espacio. Sus manos son actores sobre un escenario eterno y fugaz. Recita la vida que corre a su vera y otea las verdades que brotan del suelo.

Te mira. Te mira y te descoloca. Te mira, te descoloca y le crees. Tiene razón. Sientes que tiene razón.

Te habla. Te habla y te domina. Te habla, te domina y le admiras. No hay esclavitud, no hay mentira. Le cedes la verdad porque esa verdad es la que te reconforta, la que esperabas escuchar desde el principio.

Lees pensando en la casualidad, en que acertó contigo. Pasas el dedo sobre palabras que nunca le contaste, sobre vivencias que no eres capaz de superar. Frases que nunca pediste pero que hablan de ti. Te refugias en la suerte. Decides vivir en la ignorancia que él te cede. Pero no le llames manipulador: él escribió tu codiciado y amado destino.

Puede mentir porque conoce la realidad. Es el protector de tus pecados, los escucha y los hace suyos. Gestiona la información que pulula tras la cortina y se asegura de que no te enteres. Sabe que la felicidad es hija única de la ignorancia. La verdad hace libre, pero no todos son capaces de vivir con las alas desplegadas, inestables.

Para ellos. Para los que no pueden volar. Para los que no pueden imaginarse en el cielo. Ahí estará él, dispuesto a dibujarte un poema que no se derrita con los rayos del Sol. Después de todo, él es el buen bardo.