Había silencio. El silencio habitual, el que acompaña a cualquier mañana de teclados, ratones y recados rutinarios. Ruidos que no emocionan, no transforman, no saben a nada. Supongo que así es la vida de la mayoría, silenciosa pese al ruido. Es como aquel capítulo de Padre de Familia en el que Peter encuentra un genio en una lámpara y, como deseo, pide tener su propia banda sonora. Desde ese momento, todas sus acciones y diálogos vienen acompañados por la partitura idónea, como si estuviera en una película.
Si lo piensan, tiene poco de cómico. Quizás es un deseo estúpido pudiendo volar, viajar en el tiempo o publicar tu primera novela. Pero la música tiene el poder de enfermar los sentidos y mutarlos en emociones inexplicables. Describir con palabras la pureza, el valor, la eternidad, el romance o la muerte, supone un esfuerzo creciente. La música, joder, es un impacto. Nadie te explica nada, pero, en cuanto arranca, tu cuerpo vibra al son de una definición para la que, quizás, ni siquiera tengas palabra.
Hay vidas que sí poseen banda sonora. Y las envidio. Envidio el momento en el que el silencio que te acompaña se rompe para leer que el actor Eli Wallach ha muerto. Para leer que Tuco, el bandido de ‘El bueno, el feo y el malo’ ha muerto. Envidio el instante en el que la frase termina, el silencio se agota, y Ennio Morricone eriza el vello de todo ser vivo en el puñetero cosmos con ‘The Ecstasy of Gold’. Al momento, la escena irrumpe en la cabeza: Clint Eastwood dispara su cañón y Wallach cae del caballo para huir despavorido entre las lápidas de otros pistoleros que cayeron antes que él: Cine.
No sé qué entendí hoy. Sé que una leyenda se marcha, un intérprete carismático que pertenece ya a la historia. Que él, como todos, huyó de la muerte hasta el último suspiro, como en ‘El bueno, el feo y el malo’;pero al final terminaron conociéndose. Triste como todas las despedidas, triste como todas las tumbas. Sin embargo, suena Morricone.