Para volver a repetir

Ya me lo sugería Charles, hace unos años, cuando nos reencontramos después de tanto tiempo. «Volverás a repetir estas palabras», me decía. Y tanto que es así. Arranca una nueva campaña electoral y me siento tan ignorante como siempre. Qué reconfortante leer las palabras de un Dictador que, lástima, no ocupa plaza en las urnas:

«Soldados. No os rindáis a aquellos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué pensar y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquinas, con cerebros y corazones de máquinas. Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que no aman y los inhumanos.

Soldados. No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. El el capítulo 17 de San Lucas se lee: “El Reino de Dios está dentro del Hombre, no de un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres…¡en vosotros!” Vosotros el Pueblo tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, vosotros el Pueblo tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura.

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres trabajo y dé a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Con la promesa de esas cosas, las fieras alcanzaron el poder, pero mintieron. Nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.

Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad. Soldados. En nombre de la democracia, debemos unirnos todos»

(Charles Chaplin, 1940. El Gran Dictador).

 

El Dictador

¿Puede una promoción ser más divertida que el producto final? Y digo más: ¿Puede merecer el teatro y la parafernalia que acompaña a una película justificar el pago de una entrada? La respuesta es sí, en ambos casos.

Para ver ‘El Dictador’ hay que querer ver ‘El Dictador’. Un requisito que puede sonarles a perogrullada innecesaria pero que no lo es bajo ningún concepto: es imprescindible que sepan lo que van a ver. Nada de ir por probar, por echar el rato o porque lo echaron a suerte. La última barrabasada de Sacha Baron Cohen no engaña: es una retahíla constante de improperios, exageraciones, chistes sexuales, racistas, machistas y críticas tan hirientes que podrían ser verdad. Y no todo el mundo está dispuesto a pasar por el aro.

Al Adeen es el jefe político, militar, religioso y comercial de Wadiya, una nación imaginaria que gobierna con mano de hierro y amenazas nucleares. Tras una pequeña traición, Al Adeen se verá perdido en los Estados Unidos de América, donde se abrirá paso hasta la sede de las Naciones Unidas gracias a su formación dictatorial.

Desde que comenzó la promoción de ‘El Dictador’, Sacha Baron Cohen representó su papel de Al Adeen delante y detrás de las cámaras. Ya fuera en entrevistas a medios, informativos o campañas publicitarias en redes sociales, Cohen respondía con la ironía y la perversidad del mandatario wadiyano. Una promoción francamente divertida que ha superado a la propia película, víctima de unos gags destripados por sus propios trailers (con la excepción del primer fotograma, inesperada dedicación a… un tipo peculiar).

Y entonces, al terminar la proyección, si ha ido al cine con gente que quería ver ‘El Dictador’, cruzarán sus miradas y dirán: “Qué mala es… pero que panzá de reír”.