Querer y no poder, esa es la cuestión. En general, ir al cine es una actividad ociosa más. Una opción que no se repite tanto como les gustaría a las salas, pero que, de vez en cuando, se convierte en un fabuloso plan para la tarde del fin de semana. Hay otro caso, el de las personas como yo, seres más raros, extraños y fanáticos, que sufrimos cuando vemos un estreno en cartelera que aún no hemos podido catar. Somos devoradores, ansiosos y nada pacientes. Y no se pueden imaginar el sufrimiento que nos genera escuchar a alguien hablar de un film que aún no hemos visto: nos tapamos los oídos, mandamos al otro a freír espárragos y exigimos silencio. Es el miedo al spoiler.
Ese miedo al spoiler no es, únicamente, porque algún gracioso te diga que Bruce Willis estaba muerto desde el principio. También existe, en nuestro caso, el miedo a que te spoileen la experiencia. ¿Saben a lo que me refiero? «Te va a encantar, ya verás al final como te emocionas», o «a mí me dejó a medias, lo mismo a ti te gusta», o «no te digo nada, pero ya verás cuando salga el coche rojo…» Eso, como les digo, nos afecta a pocos. La mayoría suele estar encantada con que le den una pista de lo que van a ver (cosa que suelo hacer yo, y mucho, por aquí).
El caso es que todavía no he sacado tiempo para ver ‘8 apellidos vascos’ ni ‘El gran hotel Budapest’. De la primera no hago más que escuchar maravillas. El otro día, sin ir más lejos, unos compañeros de la redacción se estaban planteando verla otra vez por las buenas risas que se echaron con Dani Rovira y compañía. De la segunda, es un amor platónico. Las películas de Wes Anderson se han convertido en un peregrinaje constante que me llevan de un estreno a otro: ‘Moonrise Kingdom’, ‘Fantástico Mr. Fox’, ‘Life Aquatic’… Me encantan.
A veces, la agenda se llena de tantas cosas que el cine se queda en un segundo plano. A ver si este domingo, con la fresca de la primavera, me escapo a la sala. Con un poco de suerte me hago una sesión doble.