Strauss-Khan, ¿El Inocente?

Las coincidencias entre realidad y ficción siempre son espeluznantes. La patética historia de Strauss-Khan (que no tiene nada que ver ni con ‘Regreso al futuro’ ni con ‘Star Trek’; fin del chiste friki que muy pocos entenderán y muchos menos verán gracioso) con la camarera ha despertado un morbo repugnante difícil de ignorar. En las últimas horas he leído dos artículos que cimientan el thriller.

Por un lado las estruendosas bobadas de Salvador Sostres en El Mundo (el mismo que dijo que debíamos entender al maromo que mató a su novia tras un ataque de celos), con perlas del tipo: “Cualquiera que haya viajado un poco y se haya hospedado en hoteles de lujo sabrá perfectamente que los hombres solos a los que se les presume cierto poder adquisitivo son como golosinas para algunas camareras”.

Al otro lado del ring -en términos éticos, humanos y periodísticos- está Gay Talese, una leyenda viva de la profesión (todavía sueño con escribir algo parecido al ‘Frank Sinatra está resfriado’ o ‘Nueva York’) que, en una entrevista en El País pone el acento en el mismo personaje, la camarera, pero cediéndole el misterio: “Ella tiene la respuesta”.

El caso es que entre unos y otros han convertido a Satrauss-Khan en el forzado protagonista de la versión mundana de ‘El inocente’, película en la que un ricachón de tres al cuarto es acusado de maltratar sexualmente a una joven. La espeluznante diferencia, por supuesto, está en que uno ha tenido en sus manos la voluntad del planeta; el otro es un simple actor.

Como en el filme, la culpabilidad del político aún está pendiente de un guion repleto de juegos sucios y rincones oscuros del alma. Aunque la intuición colectiva ya ha juzgado. Hemos juzgado.

El inocente

Lo fascinante de la justicia -en su faceta más poética- es que siempre deja un rastro de inseguridad. Si un tipo agazapado detrás de unos barrotes asegura que es culpable, nadie duda. Si, al contrario, afirma ser inocente entre gritos de desesperación, todos dudamos. Esa sensación tan bipolar, tan diferente según los ojos que miren, ordena ‘El inocente’, una película que cumple a la perfección el objetivo de todo thriller: alargar el suspense hasta el último minuto y que pestañeemos lo menos posible.

Mick Haller (Matthew McConaughey) es un padre divorciado, un abogado que utiliza como despacho su coche -un viejo Lincoln, de ahí el título original ‘The Lincoln Lawyer’- pero, sobre todo, es un cabrón con pintas. Un trepa que urdirá la trama más siniestra y rebuscada para demostrar la inocencia de sus clientes. Tras un caso complicado, el dinero llama a su puerta: un joven rico (Ryan Phillipe) heredero de un emporio inmobiliario ha sido acusado de dar una brutal paliza e intentar matar a una prostituta de lujo. Él dice que es inocente. Las pruebas, todo lo contrario.

Brad Furman sale del anonimato y de la mediocridad de sus anteriores trabajos -ninguno reconocible- para dar un inesperado golpe en la mesa. ‘El inocente’ ya partía con el éxito de la novela original escrita por Michael Connely, pero el buen hacer de Furman y, por qué no decirlo, el acierto de McConaughey como protagonista consiguen una película redonda. El resto de actores, encabezados por Philippe y Marisa Tomei (la ex esposa), ponen el resto de las piezas sobre el tablero para que no falten las conjeturas.

Quizás, el mayor ‘pero’ sea un desenlace excesivamente estirado, obteniendo tres escenas que podrían haber sido el final de la película. No obstante, las dos horas se pasan volando y la sensación que queda es la de haber jugado una divertidísima partida de Cluedo.