El líder marca la diferencia entre empresa y compromiso. El líder construye la estrategia idónea para que cada una de las partes pueda desarrollar su talento en la mejor de las condiciones. El líder entiende el significado de los nombres que le acompañan, ignorando sus números. El líder guía en la batalla, la que sea, con unos principios incontestables, de manera que el grupo sepa siempre hacia dónde queda el norte. El líder es un buen bardo que convence con sus gestos y fortalece con la voz: escucha, confía y aprende; no ignora, no ordena, no impone. ¿Se puede crear un líder?
Esa pregunta me surgió hace años, cuando terminé de leer ‘El juego de Ender‘, de Orson Scott Card, y volvió a mí ayer, en los minutos finales de la película de Gavin Hood (‘X-Men orígenes: Lobezo’). No lo sé, esa es mi respuesta. Pero, al igual que Scott y Hood, me aterroriza creer que alguien pueda malear a una joven promesa, a un niño superdotado, para trazarle un rumbo por la senda del éxito, sin importar las consecuencias.
Piensen en ése niño como si fuera una generación entera. Una generación criada con las mejores promesas, que supera las pruebas que sus padres les imponen en el colegio, en el instituto y, por fin, en la universidad. Pruebas que determinan su valía y que les harán merecedores de un triunfo mayor. De un triunfo que, incluso, se identificará como ‘maestro’, ‘experto’, ‘superior’.
El propio Ender Wiggin, el protagonista de la historia, se abre paso en una academia militar gracias a una premisa vital: si quieres resultados distintos, realiza acciones distintas. Nosotros, sin embargo, llevamos décadas diciéndoles a nuestros hijos lo que deben hacer, cómo deben hacerlo y por qué es tan importante que estudien una carrera. ¿Y si resulta que querían ser otra cosa? ¿Y si su camino de éxito no era ese? ¿Por qué presuponemos que vamos a crear líderes de fábrica? ¿Por qué no creemos en el instinto natural de las personas, en su vocación?
No me malinterpreten, creo en una Universidad pública y accesible para todo el que la necesite. Mi duda es si todos los alumnos que llegan quieren llegar. ¿Cuántos llevan estudiando doce años una carrera? ¿Cuántos terminan y no saben por qué empezaron? Esa generación -esos niños- hará lo que le digan que haga y destruirá lo que haya que destruir. Pero no marcará la diferencia.