El cine define al padre

La pregunta es sencilla, la respuesta, no tanto. El concepto de padre tiene tantos adjetivos y verbos adheridos a la palabra, que es difícil pronunciarla y no crear, en una milésima de segundo, un complejo mural de recuerdos propios y ajenos. El cine, por supuesto, aporta grandes dosis de emoción a la respuesta:

¿Qué es ser padre? Padre es inventar un juego de habilidades insondables y misterios enrevesados en un campo de concentración nazi. Es ser capaz de mostrar que detrás de la mayor de las tristezas hay una mota de luz por la que merece la pena soportar lo indecible. Es colarse en una garita y cantar a los cuatros vientos que has soñado toda la noche, que siempre cuidarás de lo imposible, que en el peor momento, en la despedida más final, serás capaz de bailar como un payaso para que las lágrimas se derramen, sin remedio, sobre una sonrisa. La vida es Bella.

¿Que qué es ser padre? Padre es ser un buen bardo. El cuentacuentos capaz de convertir las historias en medicina para el alma. El mito de una vida improbable pero más cierta que ninguna. Inspiración constante en el tecleo de un hijo que busca en su propia historia la historia que guía a la Historia. Es el reflejo de uno mismo en el tiempo: presente, pasado y futuro. Big Fish.

¿Que qué es, además, ser padre? Padre es el rey que carga con la cría hasta lo más alto de la más alta montaña y, desde las alturas, enseña a vivir. Es el portador de la herencia y el preparador de la adversidad. Es el reflejo que dibuja en las estrellas un retrato protector que marca y ordena la vocación más original. El Rey León.

¿Que qué es, por último, ser padre? Padre es una sorpresa inesperada. Una revolución para la narrativa, un disco que sigue girando en formatos de última generación. El Imperio Contraataca.

El Rey León, el musical: "Hakuna Matata, pisha"

He tenido la suerte de disfrutar de uno de los espectáculos más imaginativos y coloristas que han pasado por los teatros españoles: ‘El Rey León’. El musical, que sigue llenando sesión tras sesión en la Gran Vía madrileña, es genial, impactante y erizará con facilidad el vello de su piel.

Bien. Dicho lo cual, permitan que haga un par de críticas que me molestan profundamente:

Estoy hasta las mismísimas narices de los estereotipos fáciles y los chistes a costa de los andaluces. A saber: para españolizar el musical de ‘El Rey León’, algún perla decidió que Timón, el ingenioso suricato, un personaje que facilita la comedia y arranca risas en grandes y pequeños, debía tener acento andaluz. Acento andaluz con pishas, miarmas y olés. Tengo que preguntarlo: ¡¿Por qué?!

Entiendo que, puestos a elegir un acento gracioso, el andaluz gana. No hay duda. Pero es que nuestro Timón es un actor madrileño que imita a un andaluz. Lo que implica que hay ‘eses’ muy marcadas con los vocablos típicos de Sevilla, Córdoba o Cádiz. Y digo yo, si para hacer reír hay que pronunciar palabras con silabas cambiadas y ponerse un traje de faralaes, Pumba podría ser un cocinero Vasco, ya que es gordo y come cosas viscosas pero sabrosas. Zazú tendría que ser gallego, ya que habla mucho y no llega a ninguna conclusión. Y las hienas, con acento catalán, por su afán recaudatorio. Amigos vascos, gallegos y catalanes, ¿les hace gracia? Pues a mí tampoco.

¿Qué necesidad hay en España de reinterpretar todo para hacerlo más nuestro? ¿Por qué creemos que estamos mejorando cuando, en realidad, estamos corrompiendo? ¿Por qué los payasos, las limpiadores, los camareros, los pobreticos y los catetos siempre vienen del Sur? Además, lo mínimo era poner un actor andaluz para interpretar a Timón. Aunque, claro, teniendo en cuenta que Mufasa, Simba y Nala son americanos y parecen una suerte de Aznar hablando inglés pero al revés, tampoco es de extrañar.

Quitando este pequeño detalle, no se arrepentirán. El musical de ‘El Rey León’ es precioso. Hakuna Matata, pisha.

Tambores, orgullo y ciclos

El 20 de enero de 2011 vi llorar a una vasca. No le dolía nada y su salud era de hierro y, sin embargo, lloraba. ¡Una vasca! Nos había invitado a cenar a su casa para ver por la tele la primera tamborrada que vivía fuera de San Sebastián. Al empezar el espectáculo saltó emocionada, al son de los redobles, pronunciando unas palabras que soy incapaz de escribir. Y conforme gritaba y cantaba y botaba, unas lágrimas se escaparon de sus ojos. ¿Qué te pasa?, preguntamos. “Es mi tierra y no estoy allí. Es el día grande”.

No es que yo no ame mi ciudad. De hecho, la adoro. Pero no hay un día en el que la ame más que el resto. Quiero decir, que no tengo esa pasión tan desbordante que Lara, esta vasca de la que les hablo, derrocha al hablar de su tierra. Le doy vueltas a esa idea y es algo que me cuestiona. Ya saben, eso que habrán escuchado cien veces: “Andalucía es lo mejor pero de allí no sale nada bueno”. Tal vez no nos vendría mal una cura de orgullo. No sé. Es una idea, ya que estamos de elecciones.

Aquella noche la conversación dio unos derroteros considerables, y terminamos enlazando la tamborrada con ‘El Rey León’. Alguien comparó el cariño de Lara por su tierra con el que hacía que Simba volviera a casa, unos años más tarde. Hoy, sentado en el ordenador de todos los días, recuerdo aquella conversación, los tambores de Donosti y la sidra de la cena, para despedir a Lara, mi compañera y amiga vasca que vuelve a San Sebastián, después de varios años trabajando con nosotros en IDEAL.

Supongo que de todo se aprende y que no hay experiencia que no se guarde en la mochila. Quizás usted conozco un caso parecido y sepa entender que, por mucha pena que me dé, no puedo quitarme de la cabeza la canción: el ciclo de la vida.

Agur.

El ciclo de la vida

Aprendí que, con el tiempo, la palabra amigo puede transformarse en hermano. Y que el mero cariño de un niño puede llegar a ser el amor de una vida. Que jugar en la calle, hacer el salvaje, puede ser la vía más razonable para convertirse en un adulto consciente del mundo que nos rodea, capaz de afrontar los retos con una sonrisa similar a la que vestíamos cuando no veían nuestro escondite secreto y corríamos a gritar ¡por mí y por todos nuestros compañeros!

Aprendí que el que camino de vuelta al hogar pasa, inevitablemente, por salir de casa, explorar lo que hay más allá del horizonte que otean nuestros ojos, aspirar a conquistar montañas y ríos que sólo se dibujaban en nuestros sueños.

Aprendí que los malos tiempos llegan sin avisar. Y es entonces cuando la educación adquirida debe tomar las riendas de lo inesperado, cuando las lecciones de padres y profesores deben inspirarnos para hacer lo correcto, lo que se debe hacer, aunque sea difícil. O, incluso, imposible.

Aprendí que soy tan responsable de lo que hago como de lo que no hago. Que mis acciones me definen a mí y a los míos, a los que están y a los que fueron. Que por muy lejos que cometa el error, siempre habrá un abrazo esperando cuando decida redimir y aceptar.

Aprendí que el día que nací formé parte de un ciclo. El ciclo de la vida. Algo enorme. Universal. Y que cada día, desde ese primer día, debía querer a los que me rodean, porque así como todo empieza, también debe acabar… Si yo fuera padre llevaría a mi hijo al cine a ver ‘El Rey León’. Y sabría, con plenitud, que empieza otro ciclo. Que ése es el gran legado.