Los domingos se inventaron, entre otras cosas, para desayunar como si no hubiera mañana. Literalmente. Sentarse en una silla cómoda, a poder ser en un lugar fresco, donde el viento remueva las páginas del periódico y revuelva el olor del café por encima de la mesa, y dejar que el tiempo se consuma sin miramientos. En esas estaba yo, tostada de aceite en mano, mientras leía el XL Semanal de ayer. Tras elegir bando con Arturo Pérez-Reverte y curiosear en la historia de un tipo que se ponía abejas en el cuerpo, leí con detenimiento la entrevista de Ixone Díaz con Emilio Aragón y Robert Duvall.
La periodista se reunió con los artistas en una granja de Virginia para hablar de ‘Una noche en el viejo México’, que se estrena el próximo 9 de mayo en España. Y pese a que me gustó leer las reflexiones certeras del mítico Duvall, lo que realmente me hizo darle vueltas a la cabeza fueron un puñado de frases de Aragón, casi al final del texto: “Lo bonito es no dejar de aprender nunca. La vida te sorprende. Yo siempre quise dirigir películas (…) El día que decido hacer algo, me remango y me pongo a trabajar. Porque es mi vida (…) Yo apunté hacia la dirección de cine hace doce o catorce años y ha tardado en llegar. Pero si siembras, tarde o temprano recoges los frutos”.
Si siembras, tarde o temprano recoges frutos. Me pasó como con ‘El viento se levanta’, de Miyazaki, que, por estúpido que pueda parecer, me dio esperanza. Sí, las palabras de Emilio Aragón me reconfortaron. Cerré la revista y quise creer en esa idea tan manida y tan necesaria de “querer es poder”. Está claro que no todos tenemos el patrimonio y la estabilidad económica de Milikito, pero, ¿la tuvo él cuando empezó a trabajar? ¿La tuvo su padre, el inolvidable Miliki?
No lo sé. Pero me quedo con sus palabras. Con la intuición de que, con tiempo, se llega a las antípodas. Y de tiempo, precisamente, es de lo que ando sobrado en las mañanas de domingo que huelen a café, refrescan la frente y se disfrutan como si no hubiera mañana. Literalmente.