Emmy 2014: White, Goodman, Cooper y Williams

La entrega de los premios Emmy me ha hecho recordar dos cosas: lo buena que es ‘Breaking Bad’ –y todo lo que ella implica–; y que nunca jamás volveré a verla por primera vez. Ya sabía que iba a echar de menos a la familia White, pero ayer, viendo el bigote de Bryan Cranston y la travesura innata de Aaron Paul me puse melancólico. Luego me di cuenta de un hecho fascinante: Saul Goodman está vivo. El spin-off de ‘Breaking Bad’, ‘Better call Saul’, protagonizado por el abogado más eficiente de Nuevo México, cuenta con el mismo equipo creativo de la serie original. Y eso es un marchamo de calidad indiscutible. ¿Conseguirá Bob Odenkirk que su personaje perdure tanto como Walter?

Estoy convencido de que dentro de un año veremos al bueno de Saul diciéndole a algún cliente aquello de «Say my name». O algo parecido. Tiempo al tiempo.

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En el campo de la comedia, no sé si se han dado cuenta, pero después de tantos años llamando a ‘Cómo conocí a vuestra madre’ la heredera de ‘Friends’, resulta que no. Que la heredera por derecho, tanto por premios, por audiencia y por caché de los actores, es ‘The Big Bang Theory’. Sí, amigos: frikis. Los amigos que molan ahora son los frikis. Los reyes del universo. Los respetables asistentes a la Comic-Con de San Diego, al preestreno de ‘Los Vengadores’ y a las veladas de pizza y videojuegos. ¿No les encanta?

El momento más emotivo de la gala de los Emmy, sin duda, fue el precioso discurso que Billy Crystal dedicó a Robin Williams. Qué difícil, joder, hablar de un amigo muerto y conseguir hacer reír a la audiencia. Supongo que era inevitable. Debe ser sencillo recopilar miles de anécdotas graciosas si has vivido puerta con puerta con la Señora Doubtfire.

Lo más grande

Los éxitos de otros, cuando pasan por un filtro personal, se sienten como propios. Es el caso de la que es una de las más grandes series de televisión de la historia: Breaking Bad. No tenía duda de que sería la gran triunfadora de los Emmy. De hecho, debería crearse la categoría correspondiente para recibir un Oscar. Lo que haga falta. Hace poco escuché «cuando veo Breaking Bad me siento como si fuera uno de los primeros lectores de ‘La divina comedia’ y supiera que iba a trascender». Es verdad.

Caballeros, la epopeya de Walter White (Bryan Craston) es incombustible. Lo fue desde el primer capítulo, pero es que los últimos ocho episodios están siendo portentosos. A falta del broche final, la obra de Vince Gilligan es un derroche de talento formal que nace de una virtud todopoderosa: la escritura. Esa sensación de ver un episodio de la cuarta temporada y entender mejor los primeros capítulos. Esos guiños constantes al propio Walter, cambiando su forma de vestir, de comer, de hablar… Esa percepción del villano.

Del valor de una idea que en la vida real repugnaríamos y que en la piel de este profesor de química la aceptamos, la mimamos, la entendemos. La queremos.

Éxito. Al final esa es la lectura global de ‘Breaking Bad’. El éxito o, como lo define el propio White, «el imperio». Este verano, en la Comic-Con de San Diego, tuve la suerte de asistir a la presentación del final de la serie. Más allá de la anécdota (Bryan Craston entró en la sala con una máscara de Walter White; luego supimos que se había estado paseando por la Comic-Con disfrazado de él mismo), lo que más me gustó fue que me creí las palabras de Gillian: «estamos orgullosos”.

En esta vorágine de contenidos audiovisuales es difícil encontrar ‘orgullo’ sin una importante contaminación de exigencias de la productora, de favores publicitarios y de una insultante protección al espectador («esto no les va a gustar», «esto no va a vender»…). ‘Breaking Bad’ funciona porque es auténtica. Y la autenticidad se paga bien en taquilla.

Taquilla que muchas veces no coincide con la crítica. Qué gusto cuando todo encaja. Cuando todo se hace grande.

Mi enhorabuena, de principio a fin, de arriba a abajo.

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