Una cosa que siempre me fascinó de la imaginería estadounidense es que tienen muy aprendida la lección. La de ganar, quiero decir. Ellos, que siempre nos sueltan una evidente moralina al final de la historia, saben que para ver triunfar al protagonista, primero tienes que verle caer.
En este sentido, el clásico básico del cine deportivo al que debemos referirnos inequívocamente es ‘Somos los mejores’, esa obra memorable de Disney que nos enseñó que un gordito, una niña con aspiraciones de lucha libre, un heavy de melenas movedizas y un adorable gafotas de corpulencia cero son, siempre, el equipo en el que querríamos estar. ¿Por qué? Porque tarde o temprano los veremos caer.
Recuerden las sabias palabras de maese Alfred (en aspecto de Sir….) al dueño de industrias Wayne en Batman Begins: “¿Para qué nos caemos Bruce? Para aprender a levantarnos”. Con toda esta milonga heroica y cacharrería popular quiero decir que vamos por el buen camino. La selección española de fútbol va por buen camino. La roja.
Imaginen la cara del productor con el siguiente guión: “Un equipo repleto de estrellas llegan al Mundial y lo gana todo, de paliza, al ritmo del waka waka, sin sufrir ni un solo minuto”. ¿La tienen? Correcto, ahora dibujen el rostro con esta otra: “Un país entero pone sus nulas expectativas de éxito personal y profesional en un equipo que, en el primer partido del Mundial, les falla por la mínima. El derrumbe es colosal. Sin embargo, pase a pase, cuando todo parece perdido, La Roja asciende hasta levantar la copa. Un hecho que arenga a todo hijo de vecino que creció con la ‘eñe’ en su diccionario y les anima a creer que, aunque el mundo diga lo contrario, siempre nos quedará la épica”. ¿Y bien?
Recuerden la frase: “Juego porque sé que puedo perder. Pero siempre para ganar”.