Gravity (I): Universo, silencio, mano, milagro

El Universo se extiende por un límite invisible que nos empapa. Flotamos en una burbuja donde los maullidos de Schrödinger esperan un chispazo irrefrenable, un orgasmo físico y emocional que origine el principio de todas las historias. Parece mentira que en una quietud tan nimia, tan abrasadora, exista cualquier posibilidad. Ojos verdes, pelo rizado, sonrisa traviesa.

El silencio guarda los colores más bellos de la creación. La mirada, aún perdida, refleja los ríos que se hacen océanos, los caminos que suben montañas, las ciudades que brillan en la noche más cerrada. Las voces que antes guiaban nuestros pasos, nuestros torpes intentos por iniciar algo hermoso y transcendente, algo que cambiase la vida de los que ya viven, no se escuchan más.

Agarras la mano con fuerza, como el padre que acompaña a la madre en el paritorio. No te has dado cuenta, pero estás a mitad de la película y ‘Gravity’ (Alfonso Cuarón) te estresa, te ahoga, te empuja. En vez de hablar, respetas el silencio, el instante que podría ser y no ser, el Universo que se escribe congelado en un fotograma, en una Sandra Bullock que gira sobre sí misma, anclada a un cable umbilical que la acurruca en posición fetal. Y sostienes la mano del que tienes al lado. Sientes cada apretón, cada pulso, cada latido volver a empezar.

Somos un milagro. Usted y yo. Todos. Es un milagro que estemos vivos. Que nos abramos paso por un drama tan extraordinario y que, pese a toda hostilidad, a todas las probabilidades que restan opciones a la vida, hayamos llegado hasta aquí. Es tan probable que muramos hoy que hay que intentar llegar a la noche con una buena historia que contar. Algo que nos ayude a vencer la gravedad, a dar un paso. A aprender, las veces que hagan falta, a andar.

‘Gravity’, mucho más que una película. Sigamos.

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Fly me to the moon

Pobre Bradbury, morir unos meses antes de ver en la televisión lo que él tantas veces escribió: “La Tierra conquista Marte”. El verano siempre me invitó a buscar sombras en el espacio. Ya saben, encontrar un lugar tranquilo y mirar al cielo como el que resuelve una sopa de letras, jugando a imaginar E.Ts flotando sobre bicicletas y Halcones Milenarios esquivando desechos imperiales. ¿No les parece alucinante la misión ‘Curiosity’?

Ayer escuché a un tipo decir “hemos mandado un robot a Marte, a millones de kilómetros del planeta, y desde allí envía fotografías que media hora más tarde vemos en la pantalla del móvil. Dios mío, ¡vivo en el futuro!” Este robot, para más inri, tiene un poderoso aire a Wall-e, lo que le da a la aventura un aire romántico y cinéfilo del que me confieso apasionado.

Entre tanta tecnología y modernidad, no me quito de la cabeza el ‘Fly me to the moon’ de Frank Sinatra, una de esas canciones anacrónicas que tan bien me encajan en la ciencia ficción (habrá que culpar a ‘Evangelion’, el ánime japonés que supongo, a estas alturas, ya habrán visto un par de veces). Además, una vez que empiezas a tararearla es imposible quitársela de la cabeza.

Con todo esto quiero decir que puede que Usain Bolt sea un rayo histórico, que añoremos la voz de Chavela Vargas, que aprendamos conceptos terroríficos como ‘prima de riesgo’, que nos asfixiemos bajo subidas de IVA y recortes espirituales. Pero qué reconfortante es mirar al cielo y sentir que hay un universo esperando nuevos retos. Sentir que somos héroes.

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