Un duelo de espadas

Ambos desenvainan la espada, adoptan la postura y dedican unos segundos de quietud para mirar a su enemigo a la cara. Ningún duelo, antes de empezar, muestra miedos ni arrepentimientos. Es respeto lo que vemos. Honor. Un romanticismo que hoy se tacha de inútil. Sí, supongo que es eso lo que me llama la atención: lo inútil. La cantidad de cosas inútiles que se hacen en un duelo de espadas para demostrar que es importante. Que es importante. No que sea útil ni que sea bueno ni que sea lo justo. Tan solo importante. Unos segundos para mirar dentro y purgar el alma ante un posible final.

Si la vida fuera esto, si encarásemos los duelos rutinarios así, ¿cómo sería? No me refiero a matarnos a espadazos. Hablo de dedicar segundos de quietud para luchar con fiereza, hasta la última gota. Hablo de volcar lo mejor de cada uno en un duelo singular con un enemigo al que tratar con respeto y con honor. Duelos románticos repletos de cosas inútiles. Esas cosas inútiles que, a mí, me llaman la atención.

Una buena historia de espadas es como un café por la mañana: Un samurái acompañado de seis, el gladiador que levanta al Coliseo, gritarle a Crom al amanecer, sostener a Hattori Hanzo ante las verdades de Bill, quitarte el antifaz tras la zeta, recordar las enseñanzas del Abate en el Castillo de If, descubrir que el casco esconde a tu padre, intentar que tu cabeza sea la última, robar a los ricos, ayudar a Willow a cumplir la profecía, recitar tu nombre a quien debe prepararse para morir…

Tonterías inútiles. Y, sin embargo, cuánto agradecería un poco de romanticismo al encender la televisión y ver a gente enchaquetada hablar de lo que es mejor o peor para el país.

Sword Fights Movie Montage from ClaraDarko on Vimeo.

La espada de Darth Vader

Me fascinan las espadas. Eso es así desde que tengo memoria. Siempre creí que transportan cierto halo de nobleza, honor y valentía. De Justicia. Cuando era pequeño me dio por pedir una espada a los Reyes Magos. Y así estuve unos cuantos años, esperando con paciencia. Pero fue mi amigo Pepe el que me sorprendió un día con un “anda, toma y calla”. Me hubiera encantado practicar esgrima y presentarme con orgullo como espadachín profesional, a su servicio. Pero aquí me tienen.

Luke Skywalker y Darth Vader fueron dos de los principales culpables de mi pasión por las espadas. Cuántas veces repetiría -corriendo por el pasillo de casa o con las figuras de Hasbro- el duelo del Imperio Contraataca en el que ambos enemigos quedan enfrentados a una verdad que supera cualquier virtuosismo con el sable láser.

Bob Anderson murió el primer día de 2012, con 89 años. El bueno de Bob cayó en el más oscuro anonimato por decisión de George Lucas: “Para la historia habrá dos nombres, David Prowse y James Earl Jones, el cuerpo y la voz de Darth Vader”. Pero Mark Hamill decidió repartir justicia a mandobles durante una entrevista: “Bob Anderson fue el hombre que luchó como Vader. Se suponía que debía ser un secreto, pero le dije al director que creía que no era justo. Bob trabajó muy duro y merece ese reconocimiento. Es ridículo insistir en que el mito es fruto de un solo hombre”.

Para que conste, Anderson fue el maestro de esgrima de otras grandes historias, desde la mayoría de Errol Flynn hasta James Bond, La Princesa Prometida, La Leyenda del Zorro y, por supuesto, el Señor de los Anillos.

Y aquí estoy yo. Descubriendo el día de su muerte que Bob Anderson fue, en realidad, el coreógrafo de mis juegos infantiles. De mis sueños portando una espada, defendiendo la justicia. Equilibrando la balanza entre el bien y el mal. Touché.

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