La familia entra con la sala a oscuras y los primeros anuncios sobre la enorme pantalla blanca. Suben las escaleras con dificultad, sobre todo el padre, que vigila con miles de ojos los pasos de los siete zagales que levantan sus rodillas hasta la frente para alcanzar y su fila mientras sostienen entre sus brazos refrescos y palomitas. “Disculpe, disculpe”, repite una y otra vez el señor, visiblemente abrumado por la situación. “Rápido niños, venga, sentaos, vamos, rápido niños”, repite una y otra vez, como para justificar al resto de la sala que está haciendo todo lo que está en su mano por molestar lo menos posible. Pero no lo consigue.
Justo cuando el padre de familia numerosa está a punto de sentarse, con el primer trailer en plena ebullición, una nueva entrada llama su atención: su mujer. Su embarazadísima mujer cargada con dos refrescos más y un descomunal cubo de palomitas. “Disculpe, disculpe”, el hombre sale a su encuentro, agarra los enseres y la acompaña hasta sus butacas. “Disculpe otra vez -sonrisa-, disculpe otra vez -sonrisa-”.
Segundo trailer. Los niños devoran las palomitas, ya agonizando. Los Von Trapp, por fin, habían alcanzado la cima de la fila 9, en la sala 3, cuando, aleluya, la película empezó a rodar. La sala, poco a poco, olvidó la complicada entrada de la interminable pero conjuntada familia feliz. La banda sonora tardó poco en crear el clima cálido e intrigante que requería la película. Los primeros planos presentaron a los actores, los créditos imprimían el nombre del director y, en el fondo, una pequeña, aguda y creciente voz reclamaba justicia: “Papá, ¿¡ése es Astérix?!”
James Bond corría por encima de un tren cuando la familia Von Trapp se vio obligada a repetir el costoso proceso: padre, siete niños, mujer embarazadísima, refrescos, palomitas y paciencia infinita.