Es uno de mis actores favoritos y, la verdad, no tengo muy claro por qué. Owen Wilson es un tipo estrafalario, desgarbado y repleto de fantasmas. Su paso por el cine no está coronado por ningún taquillazo ni destaca por su atractivo o su infinita vida social. Su expresión de engaño constante, de ‘te digo una cosa y pienso otra’, de tahúr pueblerino, le confiere un carisma original. Tal vez humano. Pero, sobre todo, de perdedor.
Creo que la película con la que terminó de embaucarme fue ‘Life Aquatic’, sensacional obra maestra protagonizada por Bill Murray y dirigida por su colega Wes Anderson. De hecho, el tándem Wilson-Anderson fue el motor de la genial ‘Los Tenenbaums’, una tragicomedia que fue nominada a mejor guión original en 2001.
Su sola presencia enriquece proyectos tan raros como él: ‘Viaje a Darjeeling’, ‘Zoolander’, ‘Fantástico Mr. Fox’, ‘Los padres de ella’… Incluso en las chorradas monumentales en las que a veces se cuela me cae en gracia: ‘Starsky y Hutch’, ‘Los rebeldes de Shangai’ o ‘Marmaduke’.
En agosto de 2007, Wilson intentó suicidarse. Pocos días más tarde, a sabiendas de que su cordura estaba en juego, rogó a la prensa internacional que le dejaran curarse. Que necesitaba intimidad, tiempo y espacio. Sus allegados dicen que a partir de entonces nació un nuevo Owen que culminó el pasado mes de enero, cuando se convirtió en padre.
Una película de Woody Allen implica un profundo estudio del ser humano. Diálogos cómicos para explicar tragedias, para filosofar de la vida. Owen Wilson protagoniza ‘Medianoche en París’. Y me muero de ganas de verlo. Estaba tardando.