Larrañaga

La memoria escoge su propio camino y, para mí, Carlos Larrañaga es una reflexión de un relato inolvidable que nunca sucedió más allá de la ficción televisiva. Él era Adolfo Segura, exmarido de Lourdes Cano, dueña de la farmacia de guardia más famosa de España. La serie de Antonio Mercero se acercaba a su final. Las especulaciones sobre cómo acabaría el romance entre los protagonistas merodeaba constantemente prensa y televisión. Y él, Adolfo, Carlos Larrañaga, lo resolvió sentándose con Lourdes en la rebotica, en aquella mesa blanca que tantas historias contempló, y relatando un pensamiento muy cinéfilo:

Verás, le dijo a Lourdes, he ido al cine. Ella, por supuesto, puso cara de circunstancia: ¿Y qué?, preguntó. He visto una película preciosa, me he reído, he llorado y me he emocionado, explicaba el truhán de la cara de póquer. Y añadió: pero estoy muy triste. La siempre bella Concha Cuetos, nuestra Lourdes, no entendía a dónde quería ir a parar el padre de sus hijos. Él la sacó de dudas: Estaba solo en la sala; reía sin nadie con quien hacer reír, lloraba sin nadie que agarrara mi mano, me emocionaba sin nadie a quien abrazar. Quiero decir, Lourdes -terminaba Adolfo-, que vivir algo sin alguien con quien compartirlo es como no vivirlo. Ver una película solo es como no haberla visto. Y yo quiero que vengas conmigo al cine. Quiero vivir la vida contigo.

Así es, al menos, como yo recuerdo la escena.

Mi generación, la de Farmacia de Guardia, le tenemos un cariño especial a Carlos Larrañaga. Fue el primer padre televisivo al que escuchamos con atención. Quizás, claro, por su constante canto a la vida, a la cerveza, a la amistad, al amor y a la fiesta.

Supongo que es tremendamente injusto recordar a un actor de su talla con un mero papel televisivo, un rol que cumplió, como el resto de su carrera, como si tuviera a su público delante: apasionado. En realidad, con Larrañaga siempre tuve la sensación de que se interpretaba a sí mismo. De que la vida, para él, era un enorme teatro que necesitaba de su personaje: un entrañable tahúr, un portentoso jugador, un actor de comisura fácil y mirada ardiente. La vida sin Carlos será como menos vivida; como menos teatro.