Títulos de crédito

Con el fundido en negro no nos quedaba más remedio que encender la pantalla del móvil para poder escribir cuatro notas esenciales: “buena fotografía”, “grandes actores”, “guión genial”. No deja de ser irónico que lo de ser jurado de un festival de Cine me haya obligado a hacer una de las cosas que más me repatean los higadillos -en lo que al mundo del cine se refiere-: sacar el teléfono en la sala. Pero bueno, cosas del directo.

Otra cosa que me molesta es cuando la gente se levanta de sus butacas al empezar los títulos de crédito. Creo que es una falta de educación y de respeto a los profesionales que se esconden detrás de la cámara. Aunque, en realidad, entiendo el pecado. A nadie le suele importar quién es el segundo asistente del director, el cámara de exteriores o el tipo que colocó los focos. De hecho, nos referimos a un film por su actor protagonista o director. Lo normal.

Con los festivales pasa igual que con las películas. Da la sensación de que todo sale solo, que hay un genio salido de una lámpara que cumple los deseos de los espectadores. Y, amigos, nada más lejos de la realidad. En la última semana he visto a voluntarios -subrayen, ‘voluntarios’- dejarse la piel llevando y trayendo dvds, informando a los asistentes, haciendo de taquilleros, de acomodadores, de presentadores…

A todos, del primero al último, mi más sincera enhorabuena. Mi más honesta admiración. Y mi más sentido agradecimiento. El Festival Internacional de Jóvenes Realizadores de Granada ha cumplido 18 años bombeando cine a pulso. Y, sin quitarle mérito a los que lo hacen posible, como en las películas, no podemos olvidar a David y María José, artistas.

Jóvenes

La juventud, el tesoro más divino, también es la fuente de nuestros pecados más estúpidos. Y de los mejores. Es ese talento inconsciente que nos empuja a la aventura; el don del que nunca renegamos y del que siempre nos desprendemos. La excusa para saberse el centro del universo, el protagonista del cambio, el líder de la revolución que el mundo esperaba.

Me apasiona el monólogo de Joaquin Phoenix en ‘Gladiador’: “No tengo ni uno sólo de los valores que mi padre admiraba. Pero soy ambicioso. Y la ambición bien entendida puede hacerte llegar muy lejos”. Así somos los jóvenes: tan arrogantes como el mismísimo Han Solo. No dudamos de nuestra capacidad para surcar el horizonte con el que ayer era impensable soñar. Con superar los logros que ya son memoria.

Conforme la juventud se marchita, el adulto se cobija en la experiencia. En un pedestal más alto, más rumiado, desde el que los errores del primerizo saben a anécdotas y cicatrices. El aprendiz inteligente optará por escuchar los consejos del maestro para no repetir sus mismos errores y encontrar los propios.

Sin embargo, tengo la sensación de que por primera vez en la historia, los jóvenes ‘del ahora’ jugamos un papel en el que la experiencia no cuenta tanto. La combinación de dos épocas, la analógica y la digital, nos ha convertido en anfibios preparados para leer el periódico y crear un blog. Hemos interiorizado dos mundos que nos permiten interactuar con el tiempo. Estamos tan preparados que damos miedo. Miren a la pantalla y tiemblen, los jóvenes hemos venido para quedarnos, para ser escuchados, para triunfar… Y, si la boca les sabe a anécdota, ya saben: déjennos errar, nos toca. Tan arrogantes como el mismísimo Han Solo.

Hoy empieza el Festival de Jóvenes Realizadores de Granada. Mucho que contar.

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