Día del Orgullo Friki

Friki. Habla la Real Academia de la lengua Española (RAE): «1. Extravagante, raro o excéntrico. 2. Persona pintoresca y extravagante. 3. Persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición». Es curioso. Hace unos años, no tantos, la palabra ‘friki’ era un insulto velado. Puede que el significado literal fuera el mismo, pero se pronunciaba con cierta malicia bífida. Los autoproclamados ‘guays de la sociedad’ –esos que brillaban más en la pista de la baile, metían goles por la escuadra y vieron en directo a la niña de Ricky Martin– señalaban con el dedo índice a los que intercambiaban cromos de ‘Oliver y Benji’, conseguían un perfect contra Sagat haciendo un shoryuken y repetían de memoria los diálogos de ‘La Guerra de las Galaxias’. Y decían «bah, frikis».

Varias generaciones crecieron varados a una línea que sesgaba las dos opciones: con ellos o con nosotros. Friki o normal. Normal. Piensen por un momento en la cuestión. Dediquen un segundo de este 25 de mayo a hacer la siguiente pregunta: ¿soy normal? Venga, sean sinceros. Busquen. Rebusquen. ¿No hay nada que les haga especiales? ¿No tienen una pasión, una devoción, una curiosidad infinita por algo?

Sí, amigo: es raro. Usted es raro. Y, según la RAE, usted es, por tanto, friki. Felicidades.

Hoy celebramos el ‘Día del orgullo friki’, nuestro día. El suyo y el mío. Pero no lo celebramos porque ahora sea un concepto cordial, de igualdad y fraternidad. Que también. Lo celebramos por los que cada día optan por creer en ellos y no en las estadísticas. Por los que son críticos con los supuestos y las tendencias mundiales. Por los que ven más allá y luchan por una idea que aún no se ha comprendido. Por los que creen en la teletransportación, los viajes espaciales, los androides domésticos y en Sheldon Cooper. Por los que mantienen la vocación, pese al paro. Y por todos los que hoy siguen siendo tachados por raros entre los raros y que están llamados a ser los líderes del mañana.

«Los cómics estaban equivocados. No era necesario un trauma, anillos mágicos o rayos cósmicos para hacer un superhéroe. Sólo la combinación perfecta de optimismo e ingenuidad» (Mark Millar, Kick-Ass)

En China no hay Deloreans

No se extrañen si nos sorprenden a Pepe y a mí hablando de lo genial que sería viajar en el tiempo. Es fascinante hacer cábalas sobre lo que sucedería al llegar a los 140 kilómetros en un Delorean -o cualquier otro método instaurado: máquinas, rayos cósmicos, agujeros negros, marmotas- y desembarcar en la última cena o armados con una espada en la Edad Media o volando en un futuro en el que hay un presidente negro -oh, wait-. El caso es que llegado cierto punto de la conversación, la cosa se torna trascendental. Y siempre, uno de los dos, termina así: “Si yo pudiera viajar al pasado, me buscaría y cambiaría ciertas cosas para no cometer aquellos errores, para ser mejor, para que tales asuntos hubieran sido éxitos”.

Pues resulta que a China, lo de viajar en el tiempo, le parece una perversión. O al menos a su gobierno. Los amigos del todo a cien han optado por prohibir la proyección y la realización de nuevas películas que traten el tema. Según parece, opinan que dichas historias dan una visión sesgada de la historia y que suelen manipular ciertos elementos que merecen un respeto supremo: personajes, lugares, acontecimientos.

Así que ya se pueden llamar John Locke o Marty McFly, que en China no hay Deloreans. Bien es cierto que si hacemos caso a la máxima periodística “no te creas nada”, podríamos pensar que esta es una elaborada estrategia de márketing de los productores de ‘Código Fuente’, cinta que se estrenó este fin de semana y que reflexiona sobre la idea de cambiar el pasado.

No sé si ustedes son dados a este tipo de charlas o meditaciones frikis. Yo las recomiendo. Son muy divertidas. Y me van a permitir que les deje mi última conclusión, para que piensen un rato: la ciencia ficción insiste en que si fueran posibles los viajes en el tiempo, lo sabríamos porque ya habríamos visto al ‘yo futuro’, creando un ciclo que destruiría el continuo espacio tiempo. Pero, ¿y si realmente aprendimos a viajar sin contaminarnos? ¿Y si, en vez de pensar en lo que haría si pudiera viajar al pasado para evitar ciertos errores, piensa que ya lo hizo, que esta es su mejor versión de la historia? A mí me parece una idea esperanzadora. Optimista.

Scott Pilgrim contra el mundo

El sonido de 8 bits es como el primer rotulador que Steve Ditko utilizó para dibujar a Spiderman o el Casio rojo en el que Michael Giacchino aprendió a tocar cumpleaños feliz. Es mucho más que el ‘clin’ que suena cuando Mario sacaba monedas en la Nintendo o las patadas ‘flosh’ de Ryu a Ken en ‘Street Fighter’. Es el origen de una infinidad de consecuencias creativas, uno de los pilares sobre los que se sustentan las historias modernas.

‘Scott Pilgrim contra el mundo’ es una oda a esa esencia. A un mundo que baila entre los videojuegos, el cómic, el cine y la ciencia-ficción. La película de Edgar Wright (‘Zombies Party’) es una imparable sucesión de guiños a la cultura Pop repleta de onomatopeyas, líneas cinéticas, caricaturas y píxeles.

El guión, basado en los seis tomos que componen el cómic, nos presenta a Scott Pilgrim (Michael Cera, ‘Juno’), un bajista veinteañero que toca en un grupo de rock ansiosos por conseguir un contrato discográfico. El chaval, que ha tenido mucha suerte en esto del amor, conoce a Ramona Flowers (Mary Elizabeth Winstead, ‘La Jungal 4.0’) y el flechazo es instantáneo. Sin saber muy bien cómo, termina saliendo con ella, lo que hará que se tenga que enfrentar, en duelos a muerte, a la ‘Liga de los Ex Novios’.

A estas alturas deben haber llegado ya a la siguiente conclusión: es una cinta que encantará a los frikis/geeks. Consigue, sin salirse del lenguaje cinematográfico, trasladarnos la sensación de estar paseando por viñetas, sin olvidar la continua catarata de referencias consoleras (desde Pacman hasta Final Fantasy, pasando por Zelda o Tetris). Pero, además, creo que también divertirá a los profanos en la materia ya que, por encima de todo, son dos horas muy divertidas (¿Yo? Del primer grupo, por supuesto. Y a mucha honra).

Orgullo Friki

La historia de hoy sucedió cuando los Walkmans eran un invento del futuro y Tenessee, un grupo de referencia en el panorama musical. Paseaba con mi hermano mayor hacia Flash, la que por aquel entonces era ‘la’ tienda de cómics de Granada. Ninguno de los dos, acordes a nuestras tempranas edades, éramos el portento físico que somos ahora. Así que, cuando el tipo de la bicicleta se nos acercó para exigir la tarifa de “veinte duros”, la opción ‘batalla campal’ no nos ponía en el puesto de favoritos.

Recuerdo a aquel hijo de puta como si tuviera su fotografía colgada en la pared. Postró su bicicleta roja delante de nosotros, impidiéndonos el paso. Era moreno, con el pelo corto y tenía la lengua rasgada. Al principio, intentó ser simpático: “Anda, el dinero”. Pero al ver que nos empecinamos en la negativa, optó por ser agresivo. Entonces fue cuando dobló la lengua fuera de la boca y mostró aquellas desagradables llagas, mientras amenazaba con el puño levantado.

Inspirado por otros Hidalgos mata gigantes y una década de vida regada con superhéroes de cómic, opté por hacer lo que luego, años más tarde, más consciente, no sería capaz de repetir: “¡Que te vayas a la mierda!” Grité y empujé la bicicleta de aquél desgraciado imberbe que nos había estropeado la tarde. Quiso la casualidad que, justo cuando el mamón cargaba el brazo para iniciar su venganza, pasara por su espalda un adulto que le llamó por su nombre. El soplapollas, al ver que había sido descubierto por un conocido, sonrió a su colega, se despidió amablemente de nosotros, como si fuéramos sus primos, se subió a la bicicleta y huyó.

Lo injusto del mundo real no es que no existan los superhéroes. Es que sí lo hagan los villanos. El planeta está infestado por imbéciles sin escrúpulos que cuentan con medios sobrehumanos para llevar sus vilezas a la calle. Es como el anormal que le dio una paliza a la joven inmigrante del tren de Barcelona, hace poco más de un año. ¡Nadie hizo nada! Y eso no es justo.

Cada día, un nuevo tipo con llagas en la lengua cruza su bicicleta delante de un indefenso. La pregunta es, ¿por qué soñamos con convertirnos en Paris Hilton o David Bisbal y no en Spiderman? Este fue el primer recuerdo que despertó ‘Kick-Ass’ (Matthew Vaughn, ‘Stardust’), una película que versiona al cómic del mismo nombre y que se estrena oficialmente el 4 de junio (el pasado fin de semana hubo preestreno en varios cines españoles). Un recuerdo perfecto para el día del orgullo friki.