El último rey del cine

Cuando uno va solo al cine tiende a fijarse en el resto de espectadores. Es como jugar una partida de ‘Quién es quién’ en la que el objetivo es averiguar su identidad secreta. Antes de que el proyector se encienda ya has inventado las vidas previas y probables que llevaron a sus protagonistas a sentarse en esas butacas. Profesores que se cansaron de corregir exámenes de ciencias, banqueros que no quieren firmar ni un papel más, padres que aún tienen restos de pintura entre las uñas, informáticos que pasaron la noche en vela jugando al ‘Diablo 3’… Y luego, cuando acaba la película, los olvidas sin más. Como lágrimas en la lluvia. No los vuelves a ver.

Pero hay uno que no. He coincidido con él en varias ocasiones, lo que me lleva a pensar que es un habitual de la sala. Y lo reconozco porque se queda hasta el final de los títulos de crédito. Se bebe hasta la última gota de la película. Y eso lo respeto, porque yo también lo hago. La primera vez le vi desde la puerta que da a la calle. Yo creía que era el último en salir -como es habitual-, pero, al echar la mirada hacia atrás, le descubrí allí, en la fila 10, postrado como Gendo Ikari: los codos hincados en los brazos de la butaca; los dedos cruzados bajo la nariz; la luz agónica de la pantalla reflejándose en sus gafas.

La segunda vez, sin embargo, le vi entrar. En vez de emplear mi tiempo en crear historias para el resto de personajes del ‘Quién es quién’, seguí sus pasos con la sagacidad del detective que no quiere ser cazado. Analicé su ropa, su silencio y su barba mal afeitada, pero no pude imaginar nada nuevo. Para mí era el tipo que se quedó hasta el final. Nada más. La película empezó, se desarrolló y acabó. Y entonces, como dos carismáticos vaqueros que esperan al reloj de la torre para desenfundar sus pistolas, aguantamos sentados hasta el final. Y vimos los títulos de crédito. Y los dobladores. Y la imagen de la distribuidora que cierra. Y la luz blanca sobre la pantalla. Y la música discotequera que ponen entre sesión y sesión. Y no se levantaba, el muy cabrón.

No se inmutó hasta que yo me marché. Le he vuelto a ver en una tercera ocasión. Esa vez no aguanté el duelo, me levanté cuando vi oportuno y, desde la puerta, le hice una pequeña reverencia. A él, el último rey del cine.

 

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