No se puede ser valiente sin pasar miedo. Y nadie tiene miedo de un vampiro fisgón o de un ogro de tres cabezas. Porque no existen. Tememos la soledad, el fracaso, la frustración, el destierro, la impotencia. La vida. Nos anclamos con fuerza a una página, aterrorizados por lo que traerá, inevitablemente, la siguiente. Y así una y otra vez, valientes y cobardes, en un ciclo interminable de capítulos de una misma novela. La nuestra.
Josh Radnor (‘Cómo conocí a vuestra madre’, ‘HappyThankYouMorePlease’) escarba en ‘Amor y letras’ para reencontrarse con el Josh Radnor que dejó en la Universidad. Su segunda película dibuja un lugar común por el que todos hemos pasado: la promesa del éxito. Ese momento en el que fuimos una suerte de gato de Schrödinger que se abría paso a machetazos por cientos de caminos selváticos.
Jesse Fisher (Radnor) es un orientador profesional afincado en Nueva York que pasa más tiempo rodeado de libros que de personas. Uno de sus antiguos profesores de la Universidad le invita a asistir a su fiesta de jubilación, un hito que revolucionará sus expectativas al recordar, junto a la bella y joven estudiante Zibby (Elizabeth Olsen), la vocación que atesoraba cuando leyó la ‘Broma Infinita’ de David Foster Wallace, quince años atrás.
Es imposible ver ‘Amor y letras’ y no invocar, constantemente, a Ted Mosby. El personaje de Fisher funciona como un clon en un universo paralelo del protagonista de la famosa comedia. Quizás con un exceso de ñoñería, Radnor consagra su capacidad para empatizar con la generación mejor preparada -y peor consagrada- de la historia moderna, gracias a un humilde ejercicio de introspección (también ayuda su crítica a la saga ‘Crepúsculo’ y la maravillosa reflexión sobre los libros y las películas que están desgastando a la humanidad y consumiendo nuestro valioso tiempo).
Disfruten de sus miedos, que ya vendrá el valor.