Los héroes de verdad

Hay titulares que nacieron para ser guiones de cine y no verdades como puños. Puños agolpados en el estómago, de esos que encogen la realidad. Joder, un niño de ocho años. Un héroe de verdad. Supongo que leyeron la noticia, sucedió en Penfield, Nueva York. Un incendio, al parecer accidental, arrasó una caravana en la que vivía una familia. El niño, que fue el primero en percatarse del peligro, logró rescatar del vehículo a seis personas, entre ellas, dos niños y un anciano. Luego murió.

Sin darme cuenta, conforme leía la noticia mi mente construía la secuencia, escena a escena, protagonizada por una suerte de Haley Joel Osment en ‘Cadena de Favores’ (2001, Mimi Leder). ¿Recuerdan la película? No es que le tenga un especial cariño, pero es cierto que la película me dejó un poso considerable. Supongo que es la idea del mártir, esa figura literaria que la narrativa recupera una y otra vez desde los tiempos de la Biblia.

¿Los héroes de verdad terminan mal? ¿Si las películas fueran fieles a lo que sucede fuera de la pantalla, morirían siempre los protagonistas? Tal vez nos hemos acostumbrado a ver la mano del héroe salir de los escombros, cuando todo estaba perdido. Pero supongo que se trata de eso: esperanza. El cine genera la alquimia necesaria para salir a la calle y creer que todo es posible. Aunque no lo sea.

Los héroes de verdad caen, aunque tengan ocho años. Y, al igual que Osment en la citada película, también generan una reacción en cadena que es imposible de parar. Una bola de nieve que crece y crece y crece después de cada lectura. Porque un héroe de verdad ha muerto y a los héroes se les escucha siempre. Tan solo espero que el niño se imaginara como alguno de sus personajes favoritos del cine y que supiera, como ahora lo hacemos nosotros, que fue mucho mejor que ellos.