De tal padre, tal hijo

Todos los que llamé maestro coincidieron en una misma lección: el trabajo no es el eje de la vida, el eje es la vida misma, la herencia que dejas: la familia. Sin embargo, cada vez que abro los ojos y miro a mi alrededor veo rostros angustiados por fechas de entrega, horarios, gestiones dudosas, cenas frente al ordenador, despidos, entregas de currículum y entrevistas sonrientes. Tenemos patrones distintos para afrontar la rutina, escalas de valores. La gran pregunta, entonces, es obligada: ¿vivimos bajo esa escala de valores? ¿Por qué es más importante echar horas extra para quedar mejor en la oficina, que salir a volar la cometa con tu hijo? ¿Qué tiempo es el relevante?

Hirokazu Koreeda dirige ‘De tal padre, tal hijo‘ (‘Soshite chichi ni naru’), una película de distancias cortas que, al igual que su ‘Kiseki’ (2011), produce una maravillosa sensación de plenitud al tiempo que impacta e interpela al espectador por su épica cercanía. Kore-eda es capaz de unir, en un mismo relato, el drama más profundo, la comedia más entrañable y el equilibrio más zen. Esta no es una película que se quieran perder. Es magnífica.

El hijo de Ryoata nació hace seis años. Desde su llegada al hogar, se ha preocupado por darle la mejor de las educaciones en el mejor de los colegios. Como arquitecto, trabaja día y noche para obtener éxito y reconocimiento profesional. Una vida perfectamente controlada hasta que suena el teléfono. Una llamada del hospital: hace seis años se equivocaron de bebé, su hijo de sangre está con otra familia. Su hijo no es su hijo. ¿O sí?

Les aseguro que si se ponen en la piel de Ryoata -de eso se encarga Koreeda- sufrirán por él. Es tal la empatía entre nosotros y los protagonistas que se hace imposible no hacerse las mismas preguntas: ¿cambiarías a tu hijo?, ¿soy buen padre?, ¿estarían mejor conmigo?, ¿con ellos? Un proceso traumático que, sin embargo, se recorre con una extraña sonrisa en la boca. ‘De tal padre, tal hijo’ es un hermoso encuentro entre el hombre que somos y el que queremos ser. Una preciosa lección sobre la paternidad y, por tanto, de la vida eterna. De la vida que importa, de la vida que hablan los maestros.

Pdt: Koreeda dirige como nadie a los niños. 

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Kiseki (Milagro)

Si gritas con fuerza tu deseo en el punto exacto en el que dos trenes se cruzan, sucede el milagro. Ha de ser tu deseo, no otro. Uno que merezca la pena, sincero, por el que llegarías a sus últimas consecuencias. Sueños de los de verdad, de los que marcan una vida: vocaciones escondidas en un grito que se alza sobre el estruendo de dos locomotoras chocando el peso de tantas gravedades invisibles, impulsando la voz del que reclama un compromiso inevitable con el destino.

‘Kiseki (Milagro)’ (2011), dirigida por el japonés Hirokazu Koreeda, es un pequeño y humilde regalo. Una cinta marcada por la trascendencia y la empatía que genera la infancia, la patria común, en un espectador interpelado por la inspiradora inocencia y colosal valentía de sus siete niños protagonistas. Siete aspirantes a la vida que corren durante dos horas -literalmente- en busca de un lugar tan imposible como real.

Los padres de Koichi y Ryuonuske se han divorciado. Koichi vive con su madre, en Kagoshima, y Ryu con su padre, en Fukuoka. Ambos hermanos se echan de menos y quieren intentar unir a sus familias. Tras escuchar que los deseos que se pronuncian en el punto en el que se cruzan dos trenes se cumplen, deciden organizar un viaje hasta una ciudad intermedia. Y lo harán en secreto, acompañados de sus amigos, cada cual portando sus propios deseos.

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El milagro de ‘Kiseki’ es un viaje de iniciación, una aventura de Goonies orientales, una definición terrible y preciosa de la madurez, un canto a la inocencia y un mensaje directo -casi una súplica- a todo aquel que abandonó su lugar, no necesariamente físico, en el mundo. Y es, probablemente, una de las mejores películas con niños que he visto jamás. Todos son absolutamente entrañables, pero el sonriente carisma de Ryu en pantalla es emocionante. Imposible no reír con él.

Qué final tan precioso. Diez minutos flotando en la infinidad de detalles en los que se recrea Koreeda. Desde la intrigante respuesta de Koichi, “el mundo”, hasta el magnífico y lejano plano secuencia en el que los amigos regresan a casa, conscientes del milagro.

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