Es difícil saber qué trascenderá. Podemos pasar la vida entera buscando entre musas y colores la firma artística que eternice nuestra voz. Pero al final, será el público el que decida la ovación. Yo tenía poco más de diez años cuando se estrenó en el cine ‘El guardaespaldas’ y la canción de Whitney Houston no pasó desapercibida. Recuerdo que el ‘I will allways love you’ (para nosotros era “aiwilolgüeislofllú”, cosa que, por cierto, se acercaba bastante al inglés real; ¿sería la primera frase que entendimos al escucharla?) sonaba constantemente en la radio. La gente compraba cintas vírgenes para grabar la canción cuando la pusieran en los 40 y luego se fotocopiaban las carátulas para poner la caja guapa.
Tardé bastante más en ver la película. Dos o tres años, por lo menos. Y fue, creo, uno de esos grandes chascos que te llevas en la vida. Ya sé que hay un ejército de fieles de ‘El Guardaespaldas’ como una de esas historias de amor enternecedoras y emotivas y tal. Pero es que a mí no me dijo nada. Vaya, no me dice nada. O casi nada. Por ahorrarme los epítetos, resumiré en que me parece aburridísima.
Pero ahí nos tienen, a ustedes y a mí y a cualquiera, retornando a un lugar común cada vez que escuchamos la voz de Houston tronar como un manto de agua sobre el arcoíris. ¿Quién no recrea la escena de Kevin Costner rescatando a la doncella? ¿Quién no entiende el mensaje cuando alguien tararea la melodía? ¿Quién es ajeno a su poder?
Anoche, cuando leí que Whitney Houston había muerto me dio pena. Pena por ver cómo las estrellas se empeñan en fugar su talento con un éxito tóxico. Empecé a leer sobre su carrera, sus éxitos musicales y su magnífica carrera discográfica. Pero, me van a perdonar, nada me dijo tanto como poner de fondo el ‘I will allways love you’. No hay mejor despedida. Tan solo espero que no muriera sola, desprotegida, sin nadie que le cubriera la espalda.