Blancanieves, de Pablo Berger

La transformación de Carmencita en Blancanieves es un bello cuento de poderosa imaginería y desgarradora pasión andaluza. Es un álbum de fotos preciosistas, como solo el blanco y negro puede colorear, que es capaz de motear lágrimas, dibujas sonrisas y apelar a la épica del ejército ante la gran batalla final. Es entretenida, quizás un pelín larga, pero alejada de complicadas fórmulas personales, intimistas e incomprensibles. Blancanieves es -me trago mis palabras- una película magnífica.

Por primera vez en la era del remake y la versión moderna, el título es merecido. El guion hace justicia indicando que se inspira en el cuento de los hermanos Grimm porque se apoya en ciertos guiños, en ciertos malabarismos narrativos, para crear una mitología tan atractiva como la clásica. Y ya que estamos ante una película muda, cuyas palabras sobreimpresas en la pantalla podrían contarse con los dedos de la mano, creo que sería injusto darles demasiadas pistas sobre la historia. Digamos que un servidor, que nunca le ha interesado el mundo del toreo ni la farándula andaluza, salió encantado con la epopeya que dirige Pablo Berger.

No dejo de darle vueltas al extraño parecido que le encuentro a ‘Blancanieves’ con ‘El mago de Oz’. La cinta española es el viaje de una niña a un mundo repleto de personajes increíbles, hazañas circenses y la búsqueda, ante todo, de un mago -un padre en este caso- que le abrirá las puertas a un mundo inesperado.

Sería injusto no subrayar el inspirador trabajo de Alfonso Vilallonga, compositor de la música, y Kiko de la Rica, director de fotografía. Pareja que termina de lustrar el acierto de Maribel Verdú, Macarena García, Daniel Giménez Cacho, Ángela Molina, Inma Cuesta, Pere Ponce, José María Pou y Sofía Oria. Ésta última, la pequeña niña Carmencita -con su gallo Pepe-, se lleva, además, mi más sincera ovación.

Quedan dos preguntas en el aire: Una. ¿Hay que ver ‘Blancanieves’? Sí, no dejen que se les escape como ‘The Artist’ el año pasado. Dos. ¿’Blancanieves o ‘Grupo 7’? De eso, amigos, hablamos mañana.

Goya 2012, la posibilidad

Ya conocemos las nominaciones a los premios Goya 2012. Y me encantan. Me encanta saber que ‘La piel que habito‘ tenga 16 candidaturas. Y, por supuesto, sobre todas las cosas, me encanta imaginar la posibilidad de que la última de Almodóvar se convierta en el ‘Gangs of New York’ español. ¿Recuerdan el inolvidable disgusto de Martin Scorsese en los Oscar de 2002, parapetado en su butaca como un niño chico al que no dejan jugar, al no recibir ni un solo premio? A ver si aquí tenemos la misma suerte, salvando las distancias evidentes entre la película y el ensayo sobre la perturbación.

Quitando el morbo de Almodóvar, tengo dos conclusiones. Primero, un castigo a la par que recordatorio: hay que ver ‘La voz dormida’. La dejé escapar y ya me arrepentí en su momento (espero que no sea un chasco parecido al de ‘Pa Negre’, que todavía me cabreo cuando pienso en que esa es, a juicio de la Academia, la mejor película del año pasado). Segundo, una alegría: ‘Blackthorn‘ y sus 11 nominaciones. De hecho, me haría profundamente feliz ver el western de Mateo Gil como la gran sorpresa de la noche. Sería reconfortante. En cualquier caso, creo que es la película que menos se esperaba en las quinielas de las favoritas y ahí está. Fantástico. Conste que también me alegro por ‘No habrá paz para los malvados’, pero es que la secuela de ‘Dos hombres y un destino’ me chifla.

Por otro lado, no tengo duda de que José Coronado cambiará las bondades del yogurt por el Goya a mejor actor. En el sector femenino, la lucha queda, objetivamente hablando, entre Anaya y la guapa, simpática, agradable, majísima e inteligente Inma Cuesta. En actor de reparto me debato entre Lluis Homar (‘Eva‘) y Raúl Arévalo (‘Primos‘), ambos geniales; en revelación, apuesto por José ‘el tío de la vara’ Mota, que consagra con ‘La Chispa de la Vida’ su ascenso a la primera línea. El éxito de ‘Eva’ es el éxito de Kike Maíllo y, por tanto, merece el Goya a dirección novel.

¿Qué opinan? ¿Soportaremos otra vez el, a mi juicio, injusto éxito de Almodóvar? ¿Habrá hazaña para la aventura de Mateo Gil? ¿Echan de menos alguna candidatura -yo sí-?

Primos

El concepto tiene el encanto matemático de la originalidad. Todos tienen algo que les uno pero, al final, son irremediablemente distintos. Incluso podrías enumerarlos uno a uno, por orden ascendente, como si se tratara de la respuesta a un examen. Si hacen memoria seguro que recuerdan aquellas mañanas de verano esperando a que su coche llegara con promesas de piscina, aventuras y meriendas con nocilla. Las mañanas en las que las horas previas pasaban lentas, casi a cámara lenta, mientras preguntabas al aire: “¿Cuándo llegan los primos?”

‘Primos’, de Daniel Sánchez Arévalo ( ‘Gordos’, ‘Azuloscurocasinegro’), completa el binomio que Pau Freixas comenzó con ‘Héroes’: la magia del verano. En este caso, la aventura ‘goonica’ y ochentera de los jóvenes catalanes se torna en una comedia de lugares comunes: el largo viaje al pueblo, las fiestas en la plaza, personajes que existían tres meses, amores que marcaron el después, anécdotas que se narran una y otra vez. Y, la verdad, el resultado es magnífico.

La cosa empieza con un genial monólogo de Diego (Quim Gutiérrez), en el que nos explica, con un gracejo que no le abandonará en todo el metraje, cómo le ha dejado su novia horas antes de casarse. Julián (Raúl Arévalo) y José Miguel (Adrián Lastra), sus primos, buscan desesperadamente la manera de animarle. Finalmente, deciden irse, sin avisar a nadie, a Comillas, el pueblo donde veraneaban juntos en busca de Martina (Inma Cuesta), la chica por la que Diego aún suspira.

Tiene un poco de todo: algo de ‘road movie’, un puntito ‘Resacón en las Vegas’ y un humor extraordinariamente sano. ¿El resultado? Una peli entrañable, sin peros, que ofrece exactamente lo que promete: dos horas divertidas que bailan de las sonrisa aleladas a las carcajadas que purgan el alma. Sánchez Arévalo consigue el mismo efecto que con aquellas visitas de los primos en verano: crear un buen recuerdo.

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