Mi mundo que es mi realidad

Una de las barreras más importantes que se pone el propio espectador para disfrutar de ‘otro cine’ es ‘la realidad’. Seguro que han escuchado a alguien decir que “esa película no la veo, que para dramas ya tengo el día a día y los informativos”. Y suelen añadir: “Además, para una vez que voy al cine, me apetece algo que distraiga”. Un razonamiento respetable, pero que, a veces, nos impide ver lo bueno que podríamos sacar de esas historias desterradas.

En las últimas semanas han llegado a la cartelera dos estrenos que beben directamente de la crisis: ‘Margin Call’ y ‘Cinco metros cuadrados’. Ambas cintas han sido estrenadas casi de extranjis, con una distribución mínima y unos horarios leoninos. Siguen la estela de ‘Inside Job’ y ‘Company Men’, películas, las cuatro, que rebuscan con el dedo en la llaga de la economía, el trabajo o la vivienda. Historias con las que, probablemente, nos sintamos identificados. Interpelados, al menos.

Ya sea a través de la reflexión o la empatía, estas películas ofrecen al espectador una vía de escape inspiradora que pueden ayudar a derrumbar sus muros particulares. Estoy convencido de que no son horas de ocio desperdiciadas en un mundo repleto de angustias que suben y bajan en una tabla de Wall Street. De hecho, lamento profundamente que el público en general adopte una posición defensiva con estos filmes y no vea el regalo que sus respectivos directores hacen: nos convierten en protagonistas. Esos actores interpretan nuestra realidad.

Pudo ser un filósofo, un tertuliano o un sobre de café -o puede que me lo vaya a inventar-, no recuerdo, pero alguien dijo que la mejor manera de reciclar el mundo es volver imaginarlo. Denle una oportunidad a las historias que sabemos palpar… “Lo siento por interrumpir, sólo he venido a preguntar. Me dicen que soy infeliz, ¿qué puedo hacer por mejorar? ¿Hay tiempo para imaginar mi mundo que es mi realidad?”

Margin Call

Satanás negocia con almas. El producto es cosa de dos. Pero el juego, la competencia, comprar y vender, es un invento humano. Por aquello de no llamar la atención de Belzebú y de su buen hacer como negociante, procuro no desear el mal a nadie. Sin embargo, para todos los que hoy siguen enriqueciéndose con la miseria, el abandono, el sufrimiento y la impotencia, tengo otros planes. Espero, de corazón, que los ricachones y fumadores de puros que especularon con nuestro futuro y nuestras vocaciones lo pierdan todo. Lleguen a la angustiosa situación de tener que reinventarse, de subirse las mangas y servir hamburguesas durante toda la jornada -sábados incluidos- por siete euros la hora.

Crisis. En los últimos años hemos añadido infinidad de significados a la palabra. Y, quizás, aún nos cuesta aceptar uno de los más dañinos: culpabilidad. La crisis no es algo accidental, no es un irrefrenable volcán en erupción o un desafortunado maremoto pendiente de la Luna. No. La crisis es consecuencia directa del ser humano. De un grupo de ellos que malentendió el concepto de ambición y prefirió seguir pulsando la tecla que apretaba el yugo global.

‘Margin Call’ es la narración, casi en directo, de las 48 horas que cambiaron el mundo. La ópera prima de J.C. Chandor es un espeluznante goteo de insensibilidades delante de la pantalla que gobierna nuestras esperanzas, un ordenador repleto de variables, gráficas y paquetes de oportunidades hipotecarias que nunca debieron venderse.

Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Zachary Quinto, Simon Baker, Stanley Tucci, Penn Badgley y Demi Moore conforman el relato coral del nacimiento de la crisis. ‘Margin Call’ es una excelente película que entra en la colección formada por ‘The Company Men’, ‘Inside Job‘ y ‘Up in the Air‘. Films de obligada visión para aquellos que sean testigos de la tragedia. Para aquellos que se sienten marginados y englobados en un término tan lamentable como real: crisis.

Nota: No recomendada para sueldos abrumadores, puede crear consciencia.

Pregunta: ¿Por cuánto venderían su alma?

Inside Job

La compleja crisis económica que azota el planeta tiene, en realidad, un origen bien sencillo: la ambición. Y la ambición es, desde el principio, un aditivo humano. Imagine que tiene un trabajo en el que ganan suficiente pasta como para mantener a varias familias -con abuelos, sobrinos y hermanos incluidos-. Un día descubre que ejecutando una pequeña treta podría multiplicar sus ingresos exponencialmente. Una treta ridícula que, a la larga, podría -o no- resultar dañina para la inmensa mayoría. Una treta, por cierto, al margen de la ley. ¿Se lo pueden imaginar? Más fácil: visualice un botón. Púlselo. Ahora es el doble de rico. Vuelva a pulsarlo. El doble que antes. No hay esfuerzo, no hay complicaciones: sólo pulsar un botón. Sea sincero consigo mismo, ¿lo pulsaría?, ¿jugaría la treta?

Eso es lo que banqueros, políticos, agencias calificadores, burócratas y profesores universitarios hicieron el pasado 2008: jugar con nuestro dinero. El documental ‘Inside Job’ (Oscar mejor película documental 2010), de Charles Ferguson, es una terrorífica narración sobre cómo los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Y sobre cómo los pobres lo perdieron todo y, los ricos, nada.

A ratos insultante, a ratos purgativa, la película deshilacha una historia que conocemos. Y lo hace con mimo, poco a poco, sin dejar cabos sueltos ni títere con cabeza. Pese a que el espectador puede llegar a perderse entre datos y tecnicismos, ‘Inside Job’ es, quizás, la clase a la que todo alumno -de cero a cien años- debería asistir. En dos horas de metraje, Ferguson sigue el dinero: de Wall Street a la Casa Blanca, pasando por todo tipo de suburbios empresariales.

Al final, cuando empezamos a entender qué ha pasado y cuando creemos que hay información más que suficiente como para enjuiciar a los culpables de la crisis, descubrimos el pastel: los autores de la estafa, aquellos que estaban en puestos directos, tanto públicos como privados, siguen en el mismo sitio o han ascendido. Siguen pulsando el botón, amasando fortunas. El plan era perfecto.