Los secundarios de J. K. Simmons

J. K. Simmons ha entrado en ese exclusivo club de actores carismáticos que no necesitan aparecer en cientos de superproducciones para saber que es un grande (¿otro? Bill Murray, por supuesto). Su personaje en ‘Whiplash’ le ha valido el premio a mejor actor de reparto que entrega el Sindicato de Actores de Hollywood (una pista más a lo que sucederá la noche de los Oscar). Y si Simmons pertenece a este grupo de intérpretes es porque transmite talento dentro y fuera de la pantalla. Su discurso de agradecimiento fue un acierto total:

«Gracias. Es realmente bonito estar en una habitación repleta de iguales, en un sindicato repleto de iguales. Creo que todos nosotros, los actores, somos en realidad actores secundarios. Incluso Miles Teller, que está en todas las escenas de la película. O yo mismo. O Paul Reiser o Melissa Benoist o Damon Gupton, que está en una escena para brillar con una única frase. Cada uno de nosotros no está más que apoyando la historia… y cada uno de nosotros es esencial para la historia. Porque si hay un único momento de duda, el tren se sale de las vías y la sensación de que eso es real desaparece y tenemos que enderarzarlo para ponerlo en línea otra vez. Así que quiero agradecer a los 49 actores que aparecen en Whiplash por construir la visión de Damien Chazelle de una manera tan preciosa» (una traducción un tanto libre, lo sé)

Pocas películas abren un debate tan intenso como ‘Whiplash’. Entre otras cosas, el film nos invita a reflexionar sobre el éxito y sobre el protagonismo que otorgamos a aquellos que suben más alto. ¿Qué pasa con el resto? ¿Qué pasa con los secundarios sin los que el héroe no podría alzarse? Creo que Simmons, de una manera muy inteligente, lanza una nueva bofetada a la sociedad: premiar al que llega más alto y olvidar a los que sostienen el escenario. Bravo.

Supongo que nadie está libre del ego. Supongo que todos nos emocionaríamos al recibir un premio y que miraríamos hacia abajo con el orgullo del que lo ha conseguido. Qué difícil, leche, tender una mano hacia abajo para alzar a los que te alzaron. Eso es algo que no muchos podrían hacer (sí, dudo que Bill Murray se acordara de mucha gente, pero es que él es un verso libre).

 

Whiplash (2014) -- Screengrab from exclusive EW.com clip.

Whiplash

Cinco, seis y… Minuto cuarenta y cinco. La pregunta suena como un violento redoble de batería: ¿sacrificarías todo por una vocación? Ser el mejor –badabúm–, dejar una huela imborrable en el mundo –badadum plas–, superar lo conocido –tss, tsss, tssss– y alcanzar la maestría –¡chas!–. ‘Whiplash’ es una apología del error, de la piedra en el camino, que, a través de la música, invita educadamente a todos los genios del mundo a que se vayan a la mierda: sin trabajo no sois nada.

La educación, precisamente, es fundamental en la película que escribe y dirige Damien Chazelle (guionista de ‘Grand Piano’). Por un lado, es alabanza al fracaso como medio para alcanzar el éxito y un nada sutil recordatorio de que el ser humano es fuerte por naturaleza, capaz de soportar la zancadilla y de alzarse fortalecido. Por otro, describe los riesgos de una educación que exija el mismo máximo a todos los alumnos: el peligro de frustrar e, incluso, humillar.

‘Whiplash’ es un fascinante relato de contradicciones. Andrew (Miles Teller, ‘Divergente’) se deja la piel para destacar en el mejor conservatorio del país. Un esfuerzo que no pasa desapercibido para Fletcher (J. K. Simmons, ‘Spiderman’), un apasionado músico de Jazz que exprime a sus alumnos hasta la lágrima. La relación entre ambos se convertirá en un intenso duelo que culminará en un pequeño, íntimo y exquisito final de obra: dos gestos que bien valen una película.

El film de Chazelle funciona por detalles: una gota de sudor en el platillo, dos manos que se cruzan en un refresco, una baqueta que baila en el suelo, dos ojos que chirrían, un puño que silencia… Pequeños planos que narran, desde el ‘menos es más’, una compleja historia de egos. Egos justificados en el caso de Teller y, sobre todo, Simmons: merece la estatuilla.

‘Whiplash’ no es la típica película de alumno destacado y profesor empático. No es, ni siquiera, una película de mensajes simpáticos y agradables con los que sobrellevar el fracaso. No. Es una película sobre un alumno y un maestro que nacieron para aprender. Sin medias tintas. Con sangre. Con la violencia de un solo de batería… ¡Badabúm!

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