Amor y otras drogas

Un amigo dice que, teniendo en cuenta que somos pura química, es cuestión de tiempo que alguna farmacéutica lance al mercado una poderosísima droga que controle las emociones de una persona, consiguiendo que el amor sea una elección racional, unidireccional y económica. Y, sospecha, que en realidad ya existe y que sólo ricos como Hugh Hefner o Berlusconi la pueden pagar, “porque si no no me lo explico”.

‘Amor y otras drogas’ es una comedia con un fuerte magnetismo desde el primer minutos gracias a sus dos protagonistas, Jake Gyllenhall (‘Principe de Persia’) y Anne Hathaway (‘El diablo viste de Prada’), que consiguen engancharnos a un romance que se presenta como uno más y que, de improvisto, nos soltará un sopapo en toda la cara. La película de Edward Zwick (‘Resistencia’, ‘Diamante de sangre’) juega durante cuarenta y cinco minutos con el espectador, presentándole a un caradura (Gyllenhall) con ansias de grandeza y a una chica con mucho carácter (Hathaway) que le pondrá en su sitio. Lo que viene siendo el guión de casi todas las comedias románticas de la última década, vamos.

Sin embargo, Zwick finta en su narración para lanzar una dura crítica al mundo de las farmacéuticas y a la sociedad actual: nos gastamos miles de millones en conseguir productos para crecer el pelo o para que se levante el miembro viril, pero otras investigaciones, como la cura del Parkinson, quedan relegadas a un segundo plano por no tener una cartera de clientes tan abultada.

Tranquilos, en la película encontraran buen humor, diálogos pastelosos y sexo por un tubo (se conoce que Christopher Nolan eligió a Hathaway para interpretar a Catwoman en ‘The Dark Knigh Rises’ después de ver la película; no hay duda, es la nueva musa). Pero, además, una pequeña reflexión que se podrán llevar a casa puesta.

Prince of Persia: Las arenas del tiempo

Jerry Bruckheimer es muchas cosas. Y una de ellas no es un productor de cine que se jacte de elegir proyectos basados en guiones elaborados e ideas innovadoras. Sin embargo, se mueve como pez en el agua en el campo de las aventuras de acción. Es un genio del marketing y de asegurar, por encima de todo, dos horas de pura diversión.

‘Prince of Persia: las arenas del tiempo’ es una enorme consecución de diálogos encorsetados y personajes manidos, con unos efectos especiales muy conseguidos, escenarios preciosistas y saltos, peleas, barrancos, caídas, huidas, espadas y oportunidades épicas a raudales. O, lo que es lo mismo, Bruckheimer en su más pura esencia (‘Piratas del Caribe’, ‘La Isla’, ‘Transformers’).

‘Prince of Persia’ cuenta la aventura de Dastan (Jake Gyllenhall), un pequeño truhán a lo Aladino, que entró a la familia real como hijastro del gran Rey de Persia y que ahora es uno de los líderes de su ejército. Durante la batalla para conquistar la ciudad de Alamut, encuentra una daga con poderes especiales que le obligará a unir fuerzas con Tamina (Gemma Artenton), la princesa enemiga, para evitar un mal que azotaría el mundo entero.

Mike Newell, su director, viene de ejercer mayoritariamente en el mundo de la televisión (‘Las aventuras del Joven Indiana Jones’). Un espíritu que se deja ver en el film, casi separados en pequeños capítulos de veinte minutos. Un hecho que, lejos de arruinar el ritmo heroico, mantendrá a todos los niños (y a los que se diviertan como niños) emocionados en la butaca de la sala. Puede presumir, además, de ser la cinta que más acerca el mundo del videojuego de acción/plataformas a la gran pantalla. Realmente, los brincos de Dastan y los movimientos de cámara ayudan a imaginarnos con un mando entre las manos (los expertos descubrirán que bebe grandes sorbos de otro videojuego: ‘Assasins Creed’).

Gyllenhall, por cierto, no es, ni de cerca, un nuevo Jack Sparrow. Pese al esfuerzo del muchacho, le falta carisma. El resto de secundarios, flojos, tienen un simpático punto a su favor: parecen sacados de una banda de heavy-metal. La bella Artenton, haga lo que haga, está bien como está.

Si buscan un buen entretenimiento, su dinero estará bien empleado.