The Amazing Spiderman 2: El poder de Electro

The Amazing Spiderman 2: El poder de Electro‘ es un completo despropósito. Una asombrosa decepción para el amante incondicional del personaje. Algo parecido a lo que sentimos con ‘Spiderman 3’ de Sam Raimi (2007). Y aunque me hicieron prometer que no haría la comparación por ser excesiva e hiriente, lo siento, pero me recordó a ‘Batman y Robin’ (Joel Schumacher, 1997): por su aspecto, su comprensión paródica, su enemigo ridiculizado, su guión irreparable, su música insoportable…

En esta ocasión, la historia se centra casi al completo en el romance crepuscular de Peter Parker (Andrew Garfield) y Gwen Stacy (Emma Stone) y en la proliferación irracional de personajes secundarios del cómic -que, en algunos casos, pasan completamente desapercibidos-: Electro (Jamie Foxx), Rino (Paul Giamatti), El Duende Verde (Dane Dehaan), Felicia Hardy (Felicity Jones) y Alistair Smythe (B. J. Novak). Un batiburrillo que solo funciona en la escenas de acción y que desespera durante más de dos horas largas. Demasiado largas.

Para que se hagan una idea de lo que hay: el tráiler lo muestra todo, todo y todo. Y por todo, quiero decir todo. Incluido el último fotograma de la película. Es un resumen fantástico que, probablemente, quite la morralla. Y vale que cuenta con un apartado visual, a veces, espectacular. Sobre todo la primera escena en la que Spiderman recorre Nueva York. Pero es que incluso cuando decides olvidar que lo que te están contando es un bodrio para centrarte en lo que ves, suena la música y lo estropea otra vez. ¿Qué clase de banda sonora es esta, Hans Zimmer?

La película de Marc Webb (‘500 días juntos’) es peor incluso que la primera entrega. Sigo pensando que Garfield y Stone encajan mejor en los personajes que Tobey Maguire y Kirsten Dunst, pero ellos son los protagonistas de ‘Spiderman 2’ (Sam Raimi), la mejor cinta del trepamuros hasta la fecha. ¿Cómo comparar la complejidad del Doctor Octopus de Alfred Molina con la vergüenza ajena del Electro de Jamie Foxx?

Ya hay anunciadas ‘Spiderman 3’, ‘Spiderman 4’ y spin-offs de ‘Los Seis Siniestros’ y ‘Venom’. Por favor, Marvel, pon cordura en todo este sinsentido.

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Asalto al poder

Cuenta la leyenda que cada cierto tiempo aparecerá un nuevo héroe que elevará el término ‘patriotismo americano’ a cotas insospechadas. Un héroe vestido con camiseta de tirantes, de complicada biografía militar, popular en el instituto, de sangre colorada en barras y estrellas, repleto de chascarrillos irónicos y con un terrible cargo de conciencia por no haber podido asistir a la función escolar de su hija. Ahí estamos: ‘Asalto al poder’.

Roland Emmerich (‘Independence Day’, ‘El día de mañana’, ‘2012’… por si había dudas de su tendencia catastróficoamericanista), a fuerza de insistir (repita el contenido del anterior párrafo), ha perfeccionado la técnica. Es capaz de hipnotizar al mundo entero con una fórmula en la que predominan la acción descarnada, el patriotismo y los héroes accidentales. Emmerich merece un lugar privilegiado en el diccionario, junto a la definición de ‘americanada’. Pero oigan, americanada o no, muy entretenida.

Cale (Channing Tatum, ‘Magic Mike’) lleva a su hija Emily (Joey King, ‘Oz, un mundo de fantasía’) a visitar la Casa Blanca por dos razones: la niña es fan absoluta del Presidente de los EE.UU., Sawyer (Jamie Foxx, ‘Django Desencadenado’), y él tiene una entrevista de trabajo para ingresar en el servicio secreto. La visita sale mal, la entrevista sale mal y, claro, coincide con que un grupo de terroristas internacionales atacan la nación. El típico día de furia americana. Ya saben.

Pese a quien le pese, y por mucho patriotismo destructor que haya, ‘Asalto al poder’ es, probablemente, una ‘Jungla de Cristal’ mucho más aceptable, divertida y funcional que ese bodrio sinsentido de ‘Un buen día para morir’ (John Moore, 2013). Tiene todos los tópicos, personajes tipo (desde el soldado vengador al genio informático que come piruletas), banderas ondeando y monólogos pastiche. Pero el equipo Foxx-Tatum funciona, hacen gracia y no pierden el tiempo con tonterías de guión: metralletas, músculos, explosiones y música épica a cámara lenta. Ni media palabra más.

Un ciudadano ejemplar

Hay una serie de debates filosóficos que aparecen, de vez en cuando, entre cerveza y cerveza. El aborto, el matrimonio homosexual o la pena de muerte. Por ejemplo. Siempre hay alguien que, llegado el momento de la retórica más excesiva, lanza una pregunta incisiva que obliga a tomarse en serio una situación inimaginable: “¿Si te diera tanto dinero que no tendría que trabajar nunca y vivirías en la abundancia, matarías a alguien?” Normalmente tengo una posición ‘bondadosa’ -o lo que yo opino que es ser bueno- bastante asumida. Pero hay una situación que me escama y nubla mi juicio: ¿Si mataran a un ser querido, qué harías? ¿Te vengarías? Y, lo que es peor, ¿y si el asesino fuera declarado inocente cuando estás plenamente convencido de que no lo es?

‘Un ciudadano ejemplar’, dirigida por F. Gary Gray (‘Italian Job’), parte de una de esas premisas exasperantes. Clyde Shelton (Gerard Butler, ‘300’) es un honrado padre de familia que ve cómo violan y asesinan, delante de sus ojos, a su mujer y a su hija de 8 años. La policía arresta a los dos culpables, pero uno de ellos se librará de la pena máxima gracias a un trato que realiza con el abogado de Shelton, Nick Rice (Jamie Foxx, ‘El solista’). El viudo no comprenderá que se negocie con “un más que evidente asesino” y decidirá tomarse la justicia por su mano y, de paso, dar una lección al sistema judicial estadounidense.

El peligro de las películas que quieren lanzar una idea radical sobre un tema que implica directamente los derechos humanos es que, si no tienes cuidado, puede sonar excesivamente radical. Bajo una arranque ideológico comprensible, ‘Un ciudadano ejemplar’ termina con una defensa de la mano dura y la prevención armamentística sobre cualquier posible enemigo de los Estados Unidos de América (¿les suena el término guerra preventiva? ¿Bin Laden?).

En cualquier caso, el film funciona muy bien dentro del género de la acción y el suspense. Sin llegar a destacar, mantendrá el entretenimiento del espectador que sea capaz de obviar las genialidades imposibles del protagonista y las evidentes lacras de guión que pululan entre los personajes.

El solista

Los periodistas son esas personas que ansían poder titular un susurro. Un rumor. Convertir en ‘la’ historia algo que, a ojos de cualquier otra persona en el mundo, no es más que una anécdota sin importancia. Al igual que –como dijo cierto genio- “las personas miran y el fotógrafo ve”, el redactor cuenta donde otros sólo intuyen. Ser apasionados de la comunicación nos empuja a teclear sin tregua y a superar penurias horarias y laborales que van más allá de la oficina. La historia lo es todo.

‘El solista’ (Joe Wright) tiene un título enormemente apropiado. Steve Lopez (Robert Downey Jr.) es un periodista del L.A. Times. Escribe a diario una columna sobre su ciudad y sus gentes. Una mañana, en un parque, bajo una escultura de Beethoven, conoce a Nathaniel Ayers (Jamie Foxx), un esquizofrénico que es, además, un genio musical; un virtuoso. Lopez comienza así el que será uno de los mayores reportajes de su vida.

El guión está basado en una historia real. De hecho, ambos protagonistas siguen vivos en Los Ángeles. Un guión que ha sido duramente criticado por los entendidos del celuloide, aseverando que “Wright se dedica a observar y no a adentrarse en la pasión de Ayers”. Pero que no les confunda el término musical, el motor de la película no es otro que el personaje de Robert Downey Jr., el auténtico solista. El periodista.

El cine ha rodado muchísimas películas sobre periodistas que desvelan una colosal trama de corrupción política o económica. Pero, si son capaces de meterse en la piel de Lopez –quien, por cierto, escribió el libro en el que se basa la cinta-, vivirán, durante dos horas, ese trajín diario de protagonistas, detalles, empatía y fechas de entrega que obliga al periodista a convertirse en un ronin que blande el bolígrafo en soledad. Con la consiguiente carga emocional que adhiere a su propia existencia.

Música para mis oídos.

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