Los juegos del hambre

Si la profecía es cierta y ‘Los juegos del hambre’ está llamada a ser la sucesora de la religiosidad que despiertan los vampirillos de Crepúsculo, podemos decirlo con orgullo: la humanidad aún tiene salvación. El film de Gary Ross (‘Seabiscuit’) tiene dos aspectos destacables: la consciencia de ser película juvenil y la inteligencia de no tratar a su público como monos amaestrados. No sé en qué condenado instante se decidió que era necesario tener protagonistas insulsos, más preocupados por su aspecto que por su aventura, envueltos en una trama simplista que no estrujaba ninguna neurona, por pequeña que fuera.

‘Los juegos del hambre’ utiliza un lenguaje que el público joven sabe leer e interpretar: la prostitución de los medios de comunicación, la cultura del éxito y la arrogancia, los realities como oscuro espejo de la sociedad, la educación escolar como medio y salvación, el esfuerzo, la tolerancia y la desigualdad entre pueblos, incluso en tiempos de crisis. Todo aderezado con referentes de la última década: ‘Battle Royale’, Naruto e incluso la propia saga de Harry Potter.

Pero todo el buen hacer detrás de las cámaras quedaría en entredicho sin el talento de Jennifer Lawrence (‘X-Men: Primera Generación’, ‘El Castor’, ‘Winters Bone’), que consolida su envidiable carrera como una de las pocas jóvenes que puede presumir de éxito comercial y éxito interpretativo.

Francamente, puede que ‘Los juegos del hambre’ también se nutra de una poderosísima campaña de promoción que ha durado años y de un ejército de fieles gracias a los libros que la inspiran, pero es, sin duda, una fantástica película de aventuras que sobrepasa el encefalograma plano al que nos tiene acostumbrado el sector. Y, por ponernos quisquillosos, yo hubiera disfrutado más con un poco más de brutalidad, visualmente hablando, pero, supongo, había que adaptarse al gran público.

Winter's Bone

Winter’s Bone Winter’s Bone tiene todos los elementos para ser una película cutre de esas que ponen banda sonora a la siesta y, sin embargo, es un gran trabajo. Debra Granik (cuya otra gran cinta, ‘Down to the Bone’, nunca llegó a nuestro país) tiene el honor de dirigir la representación indie de los Oscar de este año. Bajo la inspiradora estela de Juno y Pequeña Miss Sunshine, Winter’s Bone es, en su crudeza, un ensayo brillante de la América más profunda. De la más miserable.

Ree (Jennifer Lawrence) abandona el Instituto para poder hacerse cargo de sus dos hermanos pequeños, de 7 y 9 años. Su madre perdió la cabeza cuando su padre, traficante y cocinero de crack, les abandonó a su suerte. La situación de penuria se agrava aún más cuando un agente de la condicional les advierte de que si su padre no se presenta ante el tribunal, perderán su casa, el único bien que les queda. La joven seguirá sus pasos, a través de lo más despreciable de la sociedad, para encontrarle y obligarle a salvar su hogar.

Jenniefer Lawrence -que da el salto del intimismo al cine más comercial; será Mística en ‘X-Men:Origins’- hace un papel excelente que le ha valido la nominación al Oscar. Tanto la película como su personaje tienen grandes similitudes con otra de las favoritas, ‘Valor de Ley’. Pese a que no tiene sombreros ni caballos, la cinta de Granik es una especie de Western moderno: sucio, áspero, amoral y desapacible. En ambas historias, una niña remueve las conciencias de los adultos para hacer ‘justicia’.

Como decía, la palabra que mejor describe a ‘Winter’s Bone’ es miserable. Pero, como suele suceder con todas las desgracias, es muy fotogénica. Y el paseo por unos personajes tan reales que asustan, les mantendrá en vilo durante todo el metraje. El thriller funciona gracias a una protagonista carismática -todo un descubrimiento- y a un microcosmos que dibuja una pobreza de espíritu repleta de dobles morales.