Hanna

Rousseau estaba convencido de que la bondad del ser humano no depende de la corrupción que le rodea. El filósofo sostenía que la educación es el arma básica para sobrevivir a la manipulación, al delito y a la tentación de la baraja trucada. No convertirnos en tahures es cuestión de haber leído, de haber tratado, de haber sentido. Incluso, Rousseau creía en la redención del hombre a través de la empatía: la espada más afilada convertida en el escudo más recio.

Atrapada en un páramo helado, Hanna (Saoirse Ronan) desconoce qué hay más allá del invierno. Su padre (Eric Bana) le enseñó a leer, escribir y cazar. Pero también artes marciales, idiomas y balística. La adolescente es, sin saberlo, una espía perfecta. Cuando llega el momento de abandonar, por fin, el nido, ambos separan sus caminos. Él le da una única clave: “en cuanto salgamos, van a ir a por ti”. A partir de entonces comienza un peregrinaje, casi una huida permanente, hacia la verdad que esconde la pregunta: ¿Quién es Hanna?

‘Hanna’ es un cuento adulto. Un ensayo sobre la inutilidad de una educación perfecta -sobrehumana, incluso- si no va acompañada de un abrazo, de una caricia, una tarde de risas, un beso sisado o un atardecer transformando nubes en dragones. Y de libros que te hagan llorar, películas que ericen el vello, pinturas que eleven el alma, templos que empequeñezcan la figura o canciones que embelesen la lluvia. Amor y Arte, al fin.

Joe Wright cambia el drama de época y la reflexión (‘El Solista’, ‘Expiación’, ‘Orgullo y Prejuicio’), para dirigir un filme de acción al ritmo de los chicos de Chemical Brothers. Un experimento que le da muy buen resultado, convirtiendo a la película en una de las sorpresas de la temporada. Especial atención para ella, Saoirse, que se está granjeando una carrera magistral.

El solista

Los periodistas son esas personas que ansían poder titular un susurro. Un rumor. Convertir en ‘la’ historia algo que, a ojos de cualquier otra persona en el mundo, no es más que una anécdota sin importancia. Al igual que –como dijo cierto genio- “las personas miran y el fotógrafo ve”, el redactor cuenta donde otros sólo intuyen. Ser apasionados de la comunicación nos empuja a teclear sin tregua y a superar penurias horarias y laborales que van más allá de la oficina. La historia lo es todo.

‘El solista’ (Joe Wright) tiene un título enormemente apropiado. Steve Lopez (Robert Downey Jr.) es un periodista del L.A. Times. Escribe a diario una columna sobre su ciudad y sus gentes. Una mañana, en un parque, bajo una escultura de Beethoven, conoce a Nathaniel Ayers (Jamie Foxx), un esquizofrénico que es, además, un genio musical; un virtuoso. Lopez comienza así el que será uno de los mayores reportajes de su vida.

El guión está basado en una historia real. De hecho, ambos protagonistas siguen vivos en Los Ángeles. Un guión que ha sido duramente criticado por los entendidos del celuloide, aseverando que “Wright se dedica a observar y no a adentrarse en la pasión de Ayers”. Pero que no les confunda el término musical, el motor de la película no es otro que el personaje de Robert Downey Jr., el auténtico solista. El periodista.

El cine ha rodado muchísimas películas sobre periodistas que desvelan una colosal trama de corrupción política o económica. Pero, si son capaces de meterse en la piel de Lopez –quien, por cierto, escribió el libro en el que se basa la cinta-, vivirán, durante dos horas, ese trajín diario de protagonistas, detalles, empatía y fechas de entrega que obliga al periodista a convertirse en un ronin que blande el bolígrafo en soledad. Con la consiguiente carga emocional que adhiere a su propia existencia.

Música para mis oídos.