El Mayordomo

Para los niños de mi generación ser negro no era un insulto, era una bendición. Cualquier carpeta escolar que se jactara de ‘guay’ tenía imágenes de héroes como Michael Jordan, Magic Johnson, Will Smith o, incluso, Steve Urkel. La televisión y el cine nos educó desde pequeños a reír con Bill Cosby y a jugar con ‘Superdetective en Hollywood’. Tanto como con ‘Los problemas crecen’ o ‘Arma Letal’. Crecimos ajenos a ese racismo y, lo poco que sabíamos, era gracias a los capítulos más serios de ‘El Príncipe de Bel Air’.

Es fácil que la épica de ‘El Mayordomo’ nos resulte ajena –que no indiferente–. Pero nadie escapa a la sobrecogedora sensación de saber que algo tan horrible, tan retrógrado, ocurría hace tan solo 50 años. La vida de Cecil Gaines (Forest Whitaker, ‘El último rey de Escocia’), un ‘negro doméstico’ que escapó del sur de los Estados Unidos para enfrentar un futuro inesperado en el corazón de Washington, es un prodigio que muestra la infinita capacidad del ser humano para odiar, ignorar y rechazar.

‘El Mayordomo’ es la emoción indefinible que millones de americanos sintieron el día que Obama llegó a la Casablanca. Dos horas de evolución, del «cállate negro» al «Yes, We Can». Precioso relato transgeneracional en el que los padres enseñan a los hijos a ser mejor que sus padres.

La película de Lee Daniels sigue la estela de toda su trayectoria cinematográfica, muy comprometida con la comunidad negra y en defensa de la igualdad. Salvando las distancias, recuerda a una versión intimista de ‘Forrest Gump’, ya que el periplo de Cecil recorre hitos políticos y culturales que no habrían sido los mismos sin su presencia. Una presencia mágica e inspiradora interpretada por un Whitaker inmenso en sus sonrisas y sobrecogedor en sus silencios. Le acompañan un electo de talentos: Oprah Winfrey, David Oyelowo, Terrence Howard, Cuba Gooding Jr., Lenny Kravitz, Robin Williams, John Cusack, James Marsden, Liev Schreiber y Alan Rickman.

Cuesta salir de ‘El Mayordomo’. Aún fuera de la sala, tu cuerpo mantiene el inevitable runrún del que ha viajado en el tiempo. Y te preguntas sobre cómo hemos podido ser tan detestables. Y repites que fue hace cincuenta años. Y subrayas que ‘El Mayordomo’ ES una historia real. Y, entonces, descubres nuestra infinita capacidad para aprender, perdonar y amar.

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Acto de valor

Ahora lo sé, antes lo ignoraba. ¡Ser soldado americano es lo más requeteguay del mundo mundial! Tanto tiempo buscando la vocación correcta, una labor honorable y orgullosa, un trabajo heroico por y para los demás… Maldita sea mi mala fortuna de haber nacido en España y no en USA, maldita sea que mi bandera no luzca las barras y estrellas, que no pueda correr presto, sin contemplaciones, a la oficina de reclutamiento más cercana y decir: “Yo quiero ayudar a esos niños que mueren en oriente y matar a terroristas que esconden bombas en los parques de mi barrio contra mi familia, mi país y los valores de esfuerzo, trabajo y humanidad de los Estados Unidos de América”. Mi nuevo sueño es sostener entre mis brazos un fusil de asalto con mirilla telescópica y puntero de luz rojo para destrozar entrecejos árabes. Es superchuli. Y, con un poco de suerte, caer en el campo de batalla, vestido de gala, demostrando un valor extraordinario y una lealtad hiperbólica a mis compañeros, mis hermanos de sangre, que luego me llevarían de vuelta a tierra santa, a los EE.UU., a un cementerio de prados verdes y sombras frescas, donde mis hijos llorarán desconsolados la muerte del padre al que nunca más volverán a ver y… Un momento. Esto no mola nada. De hecho, qué asco de vida, ¿no?

¡Cielo santo! Parece que he caído, momentáneamente, en la nada pretendida ni pretenciosa ni capciosa manipulación de ‘Acto de valor’, esa bazofia bélica que es la versión animada del famoso cartel del Tío Sam: ‘I Want You’. Un insulto a toda ética y moral que pretenda ir ligada a la raza humana y no porque sea una película de tiros, explosiones y violencia a cascoporro, sino porque tiene una vocación de doctrina, de lavado de cerebro, horripilante.

Con la falsa publicidad de que hay soldados reales (“héroes reales, tácticas reales, acción real”), ‘Acto de valor’ es una constante sucesión de imágenes recurrentes al ‘Call of Duty’ que parecen decir: “¡Ser soldado es como jugar a videojuegos en la vida real, apúntate!” Desde ‘Doom’ no se veía algo tan lamentable. Y digo más: si alguien, después de ver este esperpento con aires de reality a lo ‘The Unit’ (conste que la serie me gusta), y llega a soldado y le dan un arma y se va por el mundo a disparar, estamos realmente jodidos.

Acto de valor es pagar una entrada para ver la película en el cine.

Jacuzzi al pasado

Trata de un grupo de personas que ha fracasado en la vida. Náufragos que buscan redención por sus diversos y variados pecados: fallarle a su vocación, no amar como dijeron que lo harían, familias desestabilizadas, músicos que rompieron con su carrera en la cima del éxito, timadores consagrados, tahúres de la muerte… Después de un viaje accidentado, el destino les coloca una sorpresa en el camino: una especie de lago que desprende una luz misteriosa capaz de hacerles viajar en el tiempo hasta el lugar donde una vez todo tuvo sentido. Jacob, eternamente joven, les guiará en su periplo para que consigan alcanzar la última y más importante meta…

¡Bazinga, les he pillado! No, no se trata de ‘Perdidos’, esa historia de personajes cuyo final nos gustó tanto. Se trata de una película que, pese a que no explica de dónde proviene esa luz mística con poderes milagrosos y ultraterrenales, es honesta con su propósito: hacernos reír. ‘Jacuzzi al pasado’ está llamada a ocupar el –insuperable- hueco de ‘Resacón en las Vegas’, la comedia gamberra del verano.

La cinta es un homenaje a todas las historias que nos hicieron pensar en cómo sería cambiar nuestro pasado o apostar sobre un futuro que ya vivimos. Esas teorías que conocemos como si las hubiéramos estudiado en los libros de texto: “si ves a tu yo en el pasado podría alterarse el continuo espacio-tiempo”, “matar una mariposa podría convertir a Hitler en presidente del mundo”, “si tiene que pasar, pasará de una manera u otra”. Ya saben. El guiño más importante lo protagoniza Crispin Glover, el que fuera George McFly, el padre de Michael J. Fox en la saga ‘Regreso al Futuro’ (¿a quién no le gusta esta película?).

El cuarteto protagonista, con John Cusack (2012) como cara más reconocible –aunque el artista, para mí, es Craig Robinson, de ‘The Office’-, funcionan a la perfección como panda desgarbada y con gancho para hacerles llorar de risa durante las dos horas de metraje. Chistes que van de lo más convencional a límites políticamente incorrectos, que funcionan como un resorte.

Su farmacéutico recomienda verla por dos razones: si tienen ganas de reír por reír, sin más guión ni misterios. Y, porque al igual que en las películas que se inspira ‘Jacuzzi al pasado’, al salir podrán hablar con sus amigos de qué harían si viajaran al pasado y cuál sería su estrategia para hacerse absurdamente ricos. O felices. Friki, pero divertidísimo.

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