Rompenieves (Snowpiercer)

El mundo es un tren y sus pasajeros, la sociedad. Cada vagón representa a una clase, ordenadas según su riqueza: cuanto más cerca de la cabeza, más comida y agua; cuanto más lejos, más hambre. ‘Rompenieves’ (‘Snowpiercer’) tiene uno de los planteamientos más originales de los últimos años y es, de manera eficiente, una película de acción que rompe con los cánones establecidos. Su guión, basado en el cómic francés de Jacques Lob; su protagonista, un antihéroe alejado de los arquetipos; su estética, un triunfo ‘indie’ a caballo entre la viñeta y el relato fantástico.

John-ho Bong (‘The Host’) dirige una película con una fuerte carga filosófico. La lectura más superficial desvela un compromiso absoluto por conseguir que el espectador dibuje la línea que nos separa. Aquella línea que nos enseñaban en Historia que ensancha la estadística: los ricos son más ricos y los pobres, pobres serán. Salvando las distancias, Curtis (Chris Evans, ‘El Capitán América’) es una suerte del Neo de Matrix, liderando una revolución que afecta a todo el tren. A todo el universo.

El film, una producción a dos mares entre Corea del Sur y Estados Unidos, puede no contar con los mejores efectos especiales, pero se sostiene gracias a un guión sólido y un elenco de intérpretes de primer orden. Además de Evans, muy correcto, ‘Rompenieves’ cuenta con Jamie Bell (‘Billy Elliot’), John Hurt (‘V de Vendetta’), Ed Harris (‘Camino a la libertad’), Octavia Spencer (‘Criadas y Señoras’) y una irreconocible Tilda Swinton (‘Moonrise Kingdom’).

La propuesta de Bong es francamente recomendable por dos razones: no es una película a la que estemos acostumbrados y cargará su mochila personal de una experiencia entretenida, reflexiva y emocionante. Una lástima el miedo que ha corroído a las distribuidoras, dejándola de lado de la inmensa mayoría de cines españoles. Al menos, si cuenta con Canal+ o Yomvi, pueden verla en casa.

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El topo

Cientos de ojos mezclados en distintos momentos, en distintos lugares, en distintas perspectivas. Emociones confundidas en miradas sagaces que rezuman inteligencia. Un puzzle que se construye con paciencia y determinación, mostrando, pieza a pieza, el rostro del Judas que vende, con sonrisa ladina, la información que protege a un país entero; un país que aún sufre los fríos achaques de una guerra mundial extinta. ‘El topo’ es como una foto en blanco y negro: capta la atención, exige paciencia y a un observador capaz de hilar más allá de la propia imagen. Porque cada imagen es, en sí misma, una enorme historia.

A priori, dos nombres: el sueco Tomas Alfredson y el londinense Gary Oldman. El primero dirige, con un talento innato, un relato de suspense que nos otorga, desde el primer minuto, la sensación de que somos un espía más enrocado entre las mesas del Servicio de Inteligencia Británico, gracias a un espectacular juego de cámaras, luces y sombras. ‘El topo’ es su segunda gran película después de ‘Déjame entrar’, su fantástica presentación en Hollywood que ya fue adaptada, consagrándose como uno de los grandes artistas del panorama cinematográfico actual con un porvenir muy prometedor. El segundo, Oldman (‘El caballero oscuro’, ‘Harry Potter’), realiza un trabajo brillante como el ex agente George Smiley, regalándonos imágenes, discursos y expresiones que serán difíciles de olvidar. Inmenso.

Sin embargo, sería injusto desmerecer al resto de actores de este thriller coral que enriquecen con su sola presencia cada una de esas imágenes repletas de matices: John Hurt, Colin Firth, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Toby Jones y Tom Hardy. Probablemente, uno de los mejores repartos del año. Ellos, aderezados con el preciosista trabajo de arte recreando un ambiente en el que casi se puede oler el humo del tabaco, casi sentir el miedo constante a un ente fantasmal y amenazante, la guerra fría.

‘El topo’ de Alfredson es una magnífica versión del mundo que John le Carré describió en sus novelas. Pero no es una película fácil, típica. Es exigente, nada escandalosa y huye de las construcciones prefabricadas a las que nos tiene acostumbrado el género más comercial. Su espíritu queda perfectamente recogido en los primeros y últimos cinco minutos del film y en la muestra de que, a veces, el secreto de narrar es no decir nada.

Immortals

¿Puede un guion estropear una película? ¿Es esta una de esas preguntas cuya respuesta contiene el secreto de la humanidad? Sí y no lo sé. Lo que nunca entenderé es cómo una película que se inspira en un universo con una narrativa tan rica y apasionante sea tan insípida. En su contenido, al menos. Si consideran a ‘Immortals’ como un ejercicio de virtuosismo pictórico, es un trabajo aceptable; en algunos momentos, como en la poderosa escena final, brillante. Si se enfrentan a la obra de Tarsem Singh (‘El sueño de Alexandria’, ‘La celda’) como una película de acción y épica se encontrarán con dos horas previsibles, mediocres en su conjunto.

Es mosqueante el trato de ignorantes con el que nos tratan las grandes productoras cinematográficas. Se ve, clarísimamente, que Singh aspiraba a crear una película mitológica cuidada cuyo gran objetivo fuera honrar al arte por el arte, el auténtico camino hacia la inmortalidad. Sin embargo, el cutre pastiche que sucede en pantalla, tan resabido y relamido, tan visto una y otra vez por los mismos ojos, estropea el producto final.

Hay un héroe, Teseo (Henry Cavill, el futuro Superman). Hay un villano, Hyperión (Mickey Rourke). Hay una chica, Phaedra (Freida Pinto, ‘Slumdog Millionaire’). Hay un maestro, el ‘viejo’ (John Hurt, ‘V de Vendetta’). Y hay una lucha milenaria de la que ya hablaban los ancestros en los cuentos infantiles… En fin. Conste que la historia podría valer si, al menos, estuviera bien contada. Pero el abuso de las elipsis heroicas por las que un pescador pasa a ser la profecía de un fotograma a otro no se entienden en el cine. Algo que ya pasaba con la inefable ‘Furia de Titanes’ y que, en los últimos años, sólo ha sabido captar ‘300’ (quizás porque nace de un cómic que sí cuidó la historia).

Lo que ocurre con ‘Immortals’ es que si son capaces de abstraer su inteligencia a un plano meramente estético se pueden llevar más de una sorpresa. Alguna muy agradable. Confieso que el último tramo me resultó fascinante, una mezcla entre los Caballeros del Zodiaco y los grandes murales renacentistas. Claro que el efecto sería el mismo si esas imágenes me las pasaran en una presentación de Power Point.

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