Nowhere boy

Legalmente no he visto ‘Nowhere boy’. Es una pena, porque pese a ser una película de 2009 (recordatorio: estamos en 2011), me hubiera gustado poder decirles que me gustó. Que es una de esas historias que se infiltran en la realidad que inspiró a una de las grandes leyendas de la música. A un icono impertérrito e inmortal. Pero claro, no puedo hablarles del bueno de John Lennon, interpretado por un acertado Aaron Johnson (‘Kick Ass’), ni de la extravagante relación con su madre (Kristin Scott Thomas). Tampoco del maravilloso arranque de la película, cuando el tío de John le regala una armónica después de instalar una radio en su habitación. O ese momento, mágico, en el que sus manos rozan por primera vez las cuerdas de una guitarra.

‘Nowhere boy’, me consta, es un drama repleto de guiños de un mito que todavía no existe. Una precuela de la vida conocida de John Lennon que ahonda en la tragedia que reinó en sus primeros años de vida. El guion, basado en las memorias de su hermanastra, nos presenta a un rebelde por vocación, un irreverente alumno que se granjea el odio de sus profesores y el amor incondicional de los que algún día se llamarán fans.

De haber visto la película les hablaría de Thomas Brodie-Sangster, el niño de ‘Love Actually’ que ha dado el estirón para interpretar con solemnidad a un imberbe Paul McCartney que consigue robar la atención en los pocos planos que protagoniza.

Ni que decir tiene que, si hubiera tenido oportunidad de ver la cinta hablaría de su directora, Sam Taylor-Wood, cuyo primer trabajo ha dado mucho que hablar. En todos los sentidos. Ya que ella, de 42 años, inició una relación con Aaron Johnson, de 21, con quien ya tiene una hija.

Pero ya saben cómo es esto. Las distribuidoras mandan y, esta vez, la historia del chico que no era de ninguna parte no se estrenó en nuestra tierra. Ni siquiera con dos años de retraso. En fin, una pena no poder ver la película en ‘nowhere’. Legalmente, claro.

Sólo quiero coger tu mano

El pequeño Johnny estaba aprendiendo a silbar. Mientras pensaba en ella, la niña, la morena de la primera fila, una melodía pegadiza latía en su cabeza. Era una música que no había escuchado nunca y sin embargo allí estaba, ordenada en una partitura que nunca existió, como algo natural. Innato. El soniquete que salía de sus soplidos no tenía nada que ver con lo que orquestaba su imaginación, pero no cejaba en su empeño.

Desde que la niña de la primera fila se incorporó a su clase, Johnny pasaba las horas pendiente de sus rizos. Las horas de plástica, las caligrafías y el resto de actividades propias de la edad no tenían sentido. Su único e incomprensible afán era levantarse a sacar punta al lápiz para silbar, desde la papelera, la melodía que pulsaba todos sus pensamientos. Cuando todos sus lápices estaban perfectos, se ofrecía para afilar los de sus compañeros. Y, si se quedaba sin trabajo, rompía la punta y vuelta a empezar.

Así pasó todo el curso, atrapado en una melodía sin sentido que iba y venía por el pasillo de ‘Segundo A’. Con el verano encima, la chica, la morena de la primera fila, paró en seco a Jhonny: “¿Por qué estás todo el día soplando?” Nervioso, con las palmas sudorosas y las piernas temblando, el zagal tropezó con una respuesta: “No soplo, silbo”. “¿Silbar? ¡Eso no es silbar!”, le corrigió ella. Herido en su orgullo, Johnny agachó la cabeza y arrastró los pies de vuelta a su pupitre. Sin embargo, antes de sentarse, algo despertó en su interior. Quizás fue una mera inspiración o, tal vez, la sensación de que ya no habría más lápices que afilar. Pero Johnny se dio la vuelta, agachó su boca hasta el oído de la niña y susurró algo que nadie más pudo escuchar.

Mucho tiempo después, en 1963, John, escondido detrás de esas gafas tan suyas y acompañado de varias pintas de birra, le contaba a su amigo Paul la historia de la niña de la primera fila de su clase.

-Pero, ¿qué le dijiste John?

-Nada, una tontería. Algo que encajaba en aquella melodía que se repetía en mi cabeza…

-¿Qué era?

-Sólo quiero coger tu mano (‘I Want to Hold Your Hand’).

-John, sílbala.

No creo que esta historia guarde ningún parecido con la realidad, pero siempre pensé que tuvo que ser así. ‘Nowhere boy’, el biopic de la juventud de John Lennon, ahora en cines, nos sacará de dudas.

Canto a la vida y a la muerte

Imagine que, un 9 de octubre cualquiera, no hay lágrimas que se pierden en el tiempo, como gotas en la lluvia. Que no hay chasquidos infernales que paran el corazón de una esposa y de cuatro hijos. Y de tantos otros millones de almas. Imagine a todo el mundo dispuesto a dar lo mejor de sí, a no dejarse amedrentar por los gatillos ni las bombas que silencian las voluntades. Imagine que al otro lado de la puerta no hubiera ningún pistolero cegado por unos ideales incomprensibles. “Imagine que no hay países, nadie por quien matar o morir”.

Pueden pensar que soy un soñador. Pero, me consta, no soy el único. Somos muchos los que creemos que la muerte no es posible si no cae en el olvido. Que la vida de otros puede ser huella en la historia, incluso cuando su último suspiro fuera un llanto forzado. Un asesinato. Espero que algún día tú también veas la inspiración que un hombre bueno puede provocar; que te unas a nosotros, a nuestra revolución.

Imagine, por un momento, que Luis Portero no fue una víctima más. Que cuando la película de su vida pasó por delante de sus ojos, el cobarde que forzó las agujas, por la espalda, no robó ningún triunfo ni victoria. Intente imaginar el momento exacto tal y como fue: un héroe que en los minutos finales del metraje, tras un monólogo de “justicia, paz y libertad” sobre una banda sonora que eriza todos los pelos del cuerpo, valiente, se convierte en un mártir inolvidable. Un cuerpo cae. Una idea intransigente muere. Otra, tan intransigente como bella, se hace eterna.

Desconozco si el 8 de diciembre de 1980 Portero lanzó su propia oración por la muerte de John Lennon. Si escuchó, en su memoria, alguna de las canciones que Los Beatles convirtieron en el pulso de un planeta que nunca deja de tararearles, ‘Across the Universe’. Pero hoy no puedo dejar de imaginarles a los dos pendientes del cambio que predicaron. Unidos por una efeméride caprichosa y frustrante. Expectantes, por los siglos de los siglos, de un futuro soñado, de un ‘Yesterday’ imperecedero.

El 9 de octubre de 1940 nació John Lennon. El 9 de octubre del 2000 murió Luis Portero.

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