Los tambores repican durante 10 segundos para dar paso a traviesas flautas que dibujan una guerra más cercana al patio de juegos que a una escabechina militar. El cine bélico es así, tan tramposo como épico. Y el tema principal de ‘La Gran Evasión’ es una composición perfecta, singular. Desconozco por completo si Jack Harrison escuchó, al compás de su último aliento, la melodía de la película de John Sturges. O repasó, página a página, la novela original de Paul Brickhill. Pero estoy convencido de que no existe palabra, composición, poema o fotografía que pueda honrar más una vida tan apasionante como la suya.
Jack Harrison. Si lo dicen con ambición suena a nombre de héroe: Jack Harrison. Él, mucho antes que Steve McQueen, fue uno de los auténticos protagonistas de ‘La Gran Evasión’. Él, sin doble ni guión, estuvo retenido en una prisión nazi durante la II Guerra Mundial. Y él, para orgullo de la Historia, fue uno de los pocos que sobrevivió al túnel táctico de Sandy McDonald (Gordon Jackson).
‘La Gran Evasión’ es un sutil canto a la libertad. Y digo ‘sutil’ porque, por muy evidente que sea el objetivo de sus protagonistas, ninguno de los hombres de Eric Ashley (David McCallum) lanza el mensaje definitivo con un diálogo mascado o un clamor al cielo antes de morir degollado. Son gestos, preciosos y fotogénicos, que describen el enorme poder del ser humano para volar muy por encima de una celda subterránea gracias a una pelota de baseball. O esa motocicleta, tan ambiciosa, que salta las rejas de cualquier jaula. Incluso, segundos antes de ser fusilados juntos, sus miradas se convierten en un sentido lazo de sangre.
Jack Harrison escapó en 1945 de la prisión. En 1962 se estrenó ‘La Gran Evasión’ en el cine. Son 48 años diciendo a sus hermanos y luego a sus hijos y luego a sus nietos y luego a todo el que pasara por allí: “Yo lo conseguí”. Supongo que la pena y la alegría le flotarían por igual los ojos. Hoy podrá compartir su experiencia con el genial James Coburn (fallecido en 2002), que interpretó al oficial de vuelo Louis Sedgwick, aquél que llegó, libre, a España.