Chloe

El incomprendido Joss Whedon (‘Serenity’), después de varios batacazos televisivos, lanzó ‘Dollhouse’, una serie de ciencia ficción en la que una empresa desarrollaba, en secreto, un sistema para convertir a una persona en lo que el cliente necesitase. La atractiva Eliza Dushku podía ser una asesina a sueldo, una amante desenfrenada o una cocinera de renombre. Sí, también fue un batacazo.

‘Chloe’, de Atom Egoyan, parte de una premisa similar. Sólo que elimina toda la parafernalia fantástica para centrarse en lo moralmente escabroso: el sexo. Amanda Seyfried, la nueva chica de moda (interpretará a ‘Caperucita Roja’ en una versión sui géneris que prepara la directora de Crepúsculo, agárrense a los machos), es una veinteañera que domina todos los secretos de la seducción: gestos, sonidos, susurros… Cualquier cosa para conseguir a un cliente que pague bien. Esta manera tan eufemística para describir a una puta de toda la vida chocará con la puritana vida de Julian Moore, una madre y esposa que sospecha que su marido, Liam Neeson, le está poniendo los cuernos con una jovencita. Moore contrata los servicios de Seyfried para que flirtee con Neeson, con la sorpresa de que será ella la que termine bailándole el agua a la joven damisela.

Lo que arranca siendo un estudio de la intimidad y los deseos eróticos de la mujer, termina como una versión cutre de ‘Atracción fatal’. Pese a las buenas intenciones de los actores, el guión se desboca en un conjunto de conatos de cine erótico mezclados con el clásico telefilme de las cuatro de la tarde. Aunque lo peor, quizás, sea que después de dos horas de braguetazos torcidos, el director intente darnos una lección vital. Algo imposible cuando has visto escenas sexuales entre todos los personajes, implicando a padre, madre, hijo y amante. Llámenme desviado, pero la moraleja se me hace difícil.

‘Chloe’ se queda a medio camino de ser algo. Y eso que Seyfried desnuda todos sus talentos. Otro batacazo.

Las vidas privadas de Pippa Lee

La protagonista de ‘Las vidas privadas de Pippa Lee’ es, irónicamente, una secundaria. Su marido es un conocido escritor, dueño de una prestigiosa editorial. Su hija es corresponsal de guerra y cuenta, con naturalidad, cómo le llovieron bombas una tarde de verano en Bagdad. Su hijo es un joven y prometedor abogado. Y su mejor amiga es histriónica y llamativa. Su mundo está repleto de perfiles llamativos, candidatos a liderar la historia. Sin embargo, una pregunta, durante una cena entre cualquiera, tira del hilo: “¿cuál es el misterio de Pippa?”

La directora Rebeca Miller nos presenta una biografía preciosista que es, en realidad, un canto a la mujer. A su escandalosa ausencia durante siglos y siglos de cuentos y leyendas, relegada a un mero papel presencial como la madre, la hija, la hermana o la amiga del héroe. En este caso, Pippa decide contarnos cómo terminó siendo Pippa Lee, una atractiva cincuentona casada con un hombre 30 años mayor que ella (Alan Arkin).

A través de los saltos temporales, conocemos tres versiones de la protagonista con tres actrices diferentes: su infancia (Madeline McNulty), su juventud (Blake Lively, ‘New York, I Love You’) y su madurez (Robin Wright Penn, ‘Forrest Gump’). Un vibrante repaso a una inesperada lista de pecados, dramas, alegrías y vicios consentidos.

El gran éxito de la cinta reside en los actores, brillantes hasta el apuntador. Alan Arkin y Robin Wright Penn, excelsos. Pero no se quedan atrás los secundarios, Winona Ryder y Keanu Reeves, que, incluso, nos recuerdan que una vez fueron intérpretes. Especial mención para dos chicas: Maria Bello (‘Una historia de violencia’), en el papel de la madre de Pippa; y la casi desconocida Blake Lively, a la que habrá que seguir de cerca. Julianne Moore y Monica Bellucci, pasaban por allí.

Como les decía, una oda a la parte humana más importante del planeta Tierra. La que ha pasado más horas inadvertida y más siglos trabajando de sol a sol. La mitad más representativa del alma, la que no suele clamar protagonismo. Pero que, en el fondo -un fondo rico, florido-, siempre llevaron los pantalones.

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