Círculo de Lectores

Es uno de los debates que mejor describen a la sociedad actual: el cambio de formato. Quién no se ha sorprendido diciendo algo así como “total, dentro de un año sale uno nuevo y éste se queda obsoleto”. Sucede con todo: televisiones, reproductores de vídeo y música, electrodomésticos, videoconsolas, teléfonos… La tendencia es poder añadirle al producto la coletilla ‘multimedia’. No me malinterpreten, creo que esa evolución es necesaria. A mí, el típico negacionista que salta con que “yo no uso móvil porque siempre he vivido sin él y soy muy feliz”, me parece una muestra de ignorancia supina. Sin olvidar que, con esa actitud, algún día se descubrirá tan anticuado como el blanco y negro, y tan inútil e inadaptado como Mowgly en un casino de Las Vegas.

La clave está en saber sacar el jugo a cada formato. Por ejemplo, el periódico que ahora sostiene en sus manos le permite una lectura relajada, reflexiva a la par que cumple con el apasionante ritual de pasar páginas -una droga como otra cualquiera-. La versión digital enriquece ‘la experiencia papel’ con vídeos, audios e imágenes y la inmediatez informativa propia de la radio.

En fin. El otro día les contaba que para un coleccionista es harto frustrante comprar algo a sabiendas de que mañana será reeditado con mejor calidad. Efectivamente: beta, vhs, laser disc, dvd, blu-ray… Ayer, como todos los meses, el señor del Círculo de Lectores llegó a casa con el libro que le encargué hace unas semanas. Llevaba un carrito -como los de las señoras en el mercado- repleto de libros. Sesenta y siete libros, según me dijo. “Sin contar los que ya he entregado”.

Liberar la novela del plástico, leer la cubierta, hojear y ojear las páginas. De repente toda teoría se volvió sencilla. Las historias -noticias, reportajes, entrevistas, novelas, películas…- se pueden contar de mil maneras, siempre y cuando se respete su razón de ser: su esencia. Y, al final, el mercado puede buscar todos los nichos que quiera, que los que realmente gastan siguen -y seguirán- enganchados a la librería del señor Koreander.

La Historia Interminable

La invitación del Señor Koreander era suficientemente clara: “Entre o salga, pero cierre la puerta”. Bastian, nervioso aún por los matones que había dejado atrás, duda. No sabe si andar o retroceder. Entrar de lleno en un reino fortificado por libros y escudado en papeles repletos de historias o, por el contrario, regresar a las limitaciones propias de la realidad.

‘La Historia Interminable’ supo lanzar un mensaje poderoso en sí mismo: La imaginación lo es todo. La creación por encima de la destrucción. El miedo a una bestia, ‘La Nada’, que recorre el mundo de la fantasía destruyéndolo a dentelladas de apariencia, clasicismo y falsa modernidad. En los últimos años, cada vez que me enfrento a una versión de un libro juvenil en la gran pantalla, me resulta excesivamente fácil ver a esa ‘Nada’ trotando a sus anchas de una butaca a otra.

‘Percy Jackson’, al igual que antes ‘Eragon’, ‘La Brújula Dorada’, ‘Narnia’ o el mismísimo ‘Harry Potter’, es una vergüenza -no me olvido de ‘Crepúsculo’, esa está en una categoría aún inferior-. Este tipo de críticas suelen terminar en un comentario del tipo: “Eso es que no te has leído el libro”. No, no lo he hecho. Ni ganas. De ninguno de ellos. Pero es que, aún suponiendo que sean joyas de la literatura, las películas son un asco. Dan una visión de los jóvenes muy ‘guay’, siempre con el mismo mensaje de “yo soy el elegido, tú eres una bazofia, yo soy el héroe, el resto meros niños normales, yo soy…”. Lecciones muy peligrosas, apegadas a la era del reality y el mamoneo -por famoseo- televisivo.

Matar a la imaginación no es buena idea. Y no les hablo de cosas de niños. Los cuentos son algo muy serio. Son el contenedor de los valores a los que un día nos referiremos con orgullo. Si los protagonistas de nuestra infancia son niños pijos y creídos, ¿de qué nos extrañamos si luego sólo visten ropa de marca, son jefes déspotas, malos compañeros y van de ‘elegidos’ por la vida? Bueno, puede que esté dramatizando un poco el asunto, pero la falta de imaginación está empezando a resultar insultante. Películas como ‘Percy Jackson’ son spots publicitarios de dos horas para vender camisetas por el doble de su precio. Y eso me mosquea.

Si yo fuera el señor Koreander, hace tiempo que hubiera dado un tremendo portazo. En todas las narices de ‘la Nada’.