Incluso la irreductible aldea gala se transformaba en una algarabía cada vez que Asterix y Obelix volvían sanos y salvos de su última aventura. De hecho, el bardo hubiera corrido mejor suerte de haber conocido la canción de Bob Dylan, ‘Los tiempos están cambiando’: “La línea está trazada, el hechizo lanzado. El que ahora es lento, luego será rápido. Y el presente luego será pasado. El orden desaparece rápidamente y el que ahora es el primero, luego será el último. Porque los tiempos están cambiando”.
Tras el sacrificio sincero llega la recompensa. El héroe, que cayó para aprender a levantarse, alza la espada y vence al dragón, pese a todos los pronósticos. Su lucha con la terrible bestia, la decisión que le llevó a realizar la última parte del viaje en soledad, ha dado fruto. Un fruto que no es el que ambicionaba en las primeras páginas del libro. Es otra cosa. Algo superior, poderoso. Una fuerza que reúne sus cenizas en una quimérica profecía del fénix por la que renace a un nuevo camino. Y, al volver a casa, sus amigos y enemigos, vecinos y familiares, amantes y maestros, notarán el cambio. Verán a la misma persona. Pero será otra persona. Las mismas piernas, los mismos brazos, los mismos ojos. Pero será otro porte, otra fuerza, otra mirada. Una transformación que terminará contagiando a todos los que le vieron partir como un aprendiz.
La recompensa del héroe solo espera a los que cumplen con la vocación correcta. Osea, la suya propia. Si cada uno tenemos nuestra propia película, ¿por qué empeñarnos en protagonizar otra? Hacen tanta falta caballeros comprometidos como payasos hilarantes. Guapos y feos, ganadores y perdedores, alumnos y maestros. Porque, ya saben, “los tiempos están cambiando”.
Y de eso va el día. De eso va la película de este Domingo. Del beso final a la Princesa Prometida, el tesoro de Willy el Tuerto, la isla de Zihuatanejo, la espada de Montecristo, los espíritus en Endor, el cerebro del Espantapájaros, el lomo de Fújur, el trono de Conan, las puertas de Schindler, la peonza que gira junto a los hijos, el abrazo de Jennifer al salir del Delorean, el barrio que dejó el Gran Torino… o la puerta que Cristo abre a Truman, tras cruzar el mar, para resucitar en otra vida.