Narnia es un mundo al que solo los niños con ansias de aventuras pueden llegar. Una vez allí, un león que hace las veces de amo del calabozo, les convierte en acróbatas, magos y algún que otro caballero. La idea, tan básica como una tostada con mantequilla, tendría que funcionar a la perfección porque lo tiene todo: viajes arriesgados, espadas justicieras, rescates en el último momento, bestias aladas, preciosas fotografías y una música que invita a botar en la butaca. Sin embargo, como ocurriera con la segunda Parte de Piratas del Caribe, está todo demasiado inconexo. Tanto que ‘Las Crónicas de Narnia: La travesía del viajero del alba’ se convierte en un capítulo confuso, con una pretendida lección moral, espiritual y religiosa que se sale del marco.
Michael Apted (‘Gorilas en la Niebla’, ‘El mañana nunca es suficiente’) dirige el proyecto que Disney decidió salvar tras varios intentos de cancelación por sus insuficientes beneficios (tal y como ocurrió con ‘La Brújula Dorada’ o ‘Eragon’, dos catástrofes del género infantil). La intención era repetir el éxito cosechado por otras casas con sagas de la literatura fantástica -pensaban en Harry Potter, por supuesto-, pero parece que se van a quedar con las ganas.
Y no es que ‘Las Crónicas de Narnia’ sea un producto desagradable. En realidad es fácil de digerir y estoy convencido de que los zagales que disfruten de las historias de dragones lo harán sin problemas. De hecho, yo le veo bastante mejor narración que a las horripilantes cintas del mago de Hoggwarts -que tampoco es decir mucho-.
En esta ocasión, los hermanos mayores ya no pueden volver a Narnia porque son ‘adultos’. Así, los dos pequeños y un primo con el que conviven, viajarán a la otra dimensión para liberar a los mares del fin del mundo de una extraña bruma verde que secuestra a mujeres y niños indefensos. Pocas sorpresas en una historia predecible. Bueno, he de confesar que no me esperaba para nada ese final de catequesis -si la ven, ya me contarán-. Lo mejor de todo: el ratón, sin duda.